jueves, 23 de febrero de 2012

De qué hablo cuando hablo de Música


Parafraseando un título de Murakami (con la consabida modificación) me siento a escribir una entrada sobre Música.
Siempre que quiero contar mi asistencia al Auditorio no sé por dónde empezar, ni cómo hacerlo, porque, entre otras cosas, mi educación musical es nula. Es una verdadera lástima que en este país  se haya relegado su estudio tan injustamente. Durante mi infancia uno tocaba un instrumento casi por casualidad y siempre con mucho esfuerzo, sacando tiempo de donde no lo había. Es como los idiomas, pero esa es otra historia para otra entrada.
A lo que voy. La semana pasada asistí al concierto dirigido por sir J.E. Gardiner (que se prodiga tan-tan poco por estas tierras). Me faltan palabras para explicar la soberbia maestría de su batuta para la 4º Sinfonía de R. Schumann, Manfred y el Réquiem . En el escenario, la Orquesta de Cámara Mahler y el Coro Monteverdi. Para Manfred salió a escena el actor alemán  Gert Voss, encargado de narrar el libreto entre acordes oportunamente dispuestos.
El Maestro Gardiner tuvo que demostrar su buen hacer como no podía ser de otra manera: poniendo en pié a violines y violas en la 4ª Sinfonía. ¿En qué postura habríase tocado con pasión el III y IV movimiento? Tanto arrebato no encaja con las cuerdas sentaditas en perfecta posición. Brazos y cabezas en oleadas sincronizadas se mecían sobre las piernas estiradas y bailarinas de x virtuosos. ¡Cuánto los admiro!

Hablo de admiracón y vehemencia, de total elevación del espíritu hacia lo que no alcanzan las manos, de sentirse renovado y otro muy distinto, quizás uno mismo mejorado a la enésima potencia.
Hablo de creerse casi un dios porque no parece humana tanta perfección.
Creo que si cada uno de nosotros dedicara un tiempo diario a la Música, si apagáramos el televisor y cerráramos la boca, el mundo iría mucho mejor. Porque no hay espacio para la maldad si te inundan las corcheas.
De todo eso hablo cuando hablo de Música.


martes, 14 de febrero de 2012

Flores, libros, música



He tenido que activar de nuevo la palabra de verificación en los comentarios, tedioso y desmoralizador paso para los que dejamos nuestro parecer en casa ajena. Sólo un par de días desactivada y los spam han inundado mi página. Algún anónimo me ofrece eyaculaciones maravillosas en inglés; los rusos me dejan largas peroratas en su extraño alfabeto (lo mismo se trata de las obras de Tolstoi por entregas y yo sin enterarme). También hay quien ofrece un intercambio de enlaces para publicitar blogs de ésto y aquéllo. Un rollo patatero.
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Hoy mi padre hubiera cumplido 92 años y las hijas le hemos llevado flores. Siempre fantaseo con la idea de que anda invitando a sus compañeros de nuevas dimensiones a bollitos de coco, que tanto le gustaban. Y que al vernos aparecer con el ramo nos dice "coño, llevar flores a un hombre, vaya ocurrencia".
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Estoy felíz y contenta con mi ebook ( o sea, con mi e-reader). Quién me lo íba a decir a mi, que aspiro las páginas y el olor de la tinta como si fuera néctar de dioses. Lo bueno del ebook es que me permite descargar y borrar unas cuantas birrias que ni loca hubiera comprado en libro de papel. Leo unos cuantos párrafos de algo desconocido y, como no me convenza, ¡zas! de un dedazo lo mando al limbo de los vertederos.
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Mañana toca Auditorio, que lo tenía yo muy abandonado: Sinfonía nº 4 y alguna pieza mas de R. Schumann.

domingo, 5 de febrero de 2012

La vida y...

Por mucho que nos gusten los hombres, a las mujeres nos encanta estar con las mujeres. Mejor dicho: hablar con las mujeres. De verdad de verdad, sólo entre nosotras nos entendemos y sabemos de qué hablamos, porque volcamos el alma entera en nuestras conversaciones aunque el tema en cuestión sea la película que vimos anoche.
Estoy pensando en mis amigas y hermanas; todas ellas tienen buenas dotes de observación y diálogo, si bien es cierto que cada una posee un tema favorito y del cual llega a ser, digamos, personal cualificado.

A saber:

Con R. suelo hablar de compras ... del amor y de la Vida.
Con F. hablo de trabajo ... del amor y de la Vida.
Con M., de los padres ... del amor y de la Vida.
A M.L. le gusta hablar de desgracias (siempre desgracias) ... del amor y de la Vida.
Con otra M.L. hablo de nuestros perros ... del amor y de la Vida.
Con A. hablo de sus hijos, de compras ... del amor y de la Vida.
M.J.  me habla, sopratutto, de bolsos carísimos de marca ... y del amor y de la Vida.
Con P. hablo de viajes .. .del amor y de la Vida.
I. me cuenta sus historias de internet ... y de amor y Vida.
Con otra A. hablo absolutamente de todo ... y del amor y de la Vida.

Dicho lo cual, perdónenme maridos, amigos, hermanos, ¡hombres todos del planeta! pero yo no podría vivir sin las mujeres de mi vida.

miércoles, 1 de febrero de 2012

La ingrata juventud

Cuando uno es jóven no piensa que puede ser desagradecido, sobre todo por omisión y dejadez. Cuando se es jóven, realmente, no se piensa casi nada.
Hace unos días he ído-por fin- a visitar mi antiguo colegio, antaño cuajado de monjas y alumnado femenino, hoy repleto de profesores seglares de ambos sexos y alumnos ídem. Me reencontré con mi querida señorita de 4º de E.G.B., gallega de nacimiento, a la que yo adoraba con mis 10 años, aunque no fuera consciente de hasta qué punto. Nos enseñaba villancicos de su tierra con pasos de muñeira y así se lo canté: "Tocad as cunchas pastores tocaaaaad"... Ella se quedó maravillada de que aún recordara esta letra. Lidia sigue juvenil y serena, parece que no han pasado los años por ella.

De todas mis profesoras de entonces el 98% están jubiladas; algunas monjas ya han muerto, pero pude visitar a la que nos cuidaba en los recreos y las horas de estudio, una granadina paciente y salerosa a la que hicimos la vida imposible, seguramente. La madre Varela tiene ahora Alzheimer y no recuerda nada, pero me recibió con su boca amplia tal y como yo la recordaba y cargadita de canas. En medio de mi abrazo y mis besos siguió sonriendo mientras yo soltaba un torrente de lágrimas que llevaban pujando por desatarse toda la mañana.
Después de recorrer aulas y galerías, los jardines y la fabulosa capilla (los colegios religiosos de otras épocas se caracterizan por la majestuosidad de sus instalaciones), volví a mi casa con paso lento y un nudo en la garganta. ¿Cómo es posible que yo haya tardado tal barbaridad de años en visitar a mi gente, esa gente entre la que crecí y que fueron mi abrigo en horas escolares? ¿Por qué no me dí cuenta de que el tiempo correría en nuestra contra, siempre, y que alguna de ellas se me quedaría en el camino?
Como yo me he dedicado un tiempo a la enseñanaza sé muy bien el cariño que se toma a los alumnos (a ciertos alumnos) y la gratitud con la que los recibes si van a verte cuando son ya profesionales de lo que sea.
Pero cuando eres jóven sólo miras adelante para comerte el mundo, dando por hecho que te esperan cien mil días para jugar con ellos en cuantas combinaciones y variaciones se te ocurran. Lo de atrás, atrás queda.
Qué dejadez mas inconsciente y mas ingrata. Lo malo es que cuando te das cuenta, ya no hay remedio.