domingo, 24 de agosto de 2008

Ermitaña en el campo




Después del mar y las huellas que dejó en mí- las que yo dejé en él duraron lo que el beso de una ola- de nuevo vuelvo al campo.
Soy una ermitaña dispersa entre paseos a la caída del sol, cocina, mercadillos, lecturas a medias, Azorín, Plá, un bodrio comprado en un rapto de imbecilidad veraniega, artículos sabatinos de escritores que claman por y contra otros escritores, el Hola y el Telva que mi hermana deja sobre la mesa, reseñas de accesorios para mi PC que no entiendo, mi sobrino que canta sin pudor canciones en inglés con su guitarra de juguete, un perrito accidentado, su entierro bajo los pinos y nuestras lágrimas (las mujeres de la casa sacamos la pala y el azadón y cavamos su tumba con el coraje de las chicas Almodóvar). ¿Si nos viera Pedro nos contrataría? Bella estampa de dolor y agallas.
Coincidencias de fechas, qué coincidencias. La madre sigue bien y es lo que importa. Su presencia y una ausencia.
Cartas diarias, amigos que se dejan ver después de algunos meses, palabras en otro idioma. Una amiga enamorada.
Entre medias voy y vuelvo a Madrid un par de veces.
El otoño se anuncia con timidez, aún no se atreve a mostrarse victorioso, aunque ayer lloró cuanto quiso sobre nosotros, toda la tarde. Baudelaire me ha llegado en francés con un poema sobre la tristeza de la luna. Si, todo se anuncia.
Mientras tanto, soy feliz y no soy feliz.