
Cada año por estas fechas me acuerdo de lo que fueran otros veranos, hace tantos veranos.
En mi época estudiantil agosto significaba el meridiano de las vacaciones, un mes lleno de tormentas veraniegas en el campo, de amigos que se incorporaban a la panda tardiamente. Qué largos descansos estivales eran aquéllos.
Ahora es radicalmente distinto.
Mido estas fechas por semanas pues cada persona que conozco parte su descanso en quincenas. Por poco he de llevar una agenda de encuentros si quiero coincidir con mis gentes. Yo misma organizo viajes fuera de época, aunque arrastre la pesada carga del ordenador en cada uno de ellos por aquéllo de no sentirme demasiado mal con mi sentido de la responsabilidad.
Ahora bien, agosto es agosto. Ahora entiendo qué significaba este mes para mis mayores cuando yo apenas pensaba mas allá de mi bici y la piscina. Es el mes en que todo se cierra. Y yo encantada, porque durante 31 días no espero recibir emails ni llamaditas en la siesta de gente que me sería non grata.
Ahora vengan a mí las musas de la Literatura y la Música, vengan mis amigos de visita a esta casa serrana, vengan sobrinos, cervezas, meriendas, sol y agua, kilos de más, pieles tostadas.
Durante cuatro semanas pensaré como aquel escritor que lamentaba haber perdido fuerzas y tiempo en los humanos afanes. Hay demasiadas cosas bellas a mi alcance. Debería echar mano de estos pensamientos también cuando no sea agosto.