domingo, 27 de junio de 2010

Como helado de vainilla


Hay personas que sólo se me antojan soportables si forman parte invisible de un grupo, haciendo bulto o pasando desapercibidas, sea porque su presencia apenas se hace notar o porque son lietarlamente un petardo.
Son como el helado de vainilla: insustancial en sí mismo pero estupendo como base a la que acompaña un buen montón de chocolate líquido, o licor calentito de ron y caramelo.

martes, 22 de junio de 2010

Parca en palabras y alguna foto



De un tiempo a esta parte no encuentro palabras con que llenarme la boca ni este espacio del blog, por eso he pensado dejar alguna imagen de las muchas que miro y remiro estos últimos días.
A la izquierda, un niño de unos 5-6 años en las ruínas de Palmira, Siria. Vendía postales junto a un primito algo mayor que él. Cuando intentamos darle unas monedas sin comprarle nada, sus ojos se llenaron de una extraña dignidad, impropia de una criatura de su edad.
A la derecha, bailarina árabe en Damasco.

martes, 15 de junio de 2010

Marhama, habibi


Me enfrento a esta página en blanco a sabiendas de que todo cuanto diga quedará escaso, falto de color, cojo de nacimiento y mudo por incapacidad creadora. ¿Cómo traspasar las sensaciones que anidan dentro para siempre con un lenguaje de signos, ya sean éstos cirílicos, cuneiformes o arábigos? No hay manera y espero que se me sepan perdonar estas limitaciones personales y ajenas a mi deseo.
Una semana en otro mundo sabe a poco. Una semana en el Próximo Oriente vuela en un suspiro y uno vuelve a la tierra natal con deseos de coger el avión que lo trajo durante cinco horas en mitad de la noche. Porque faltan horas de charla con un guía palestino que te cuenta la historia de su pueblo desde otro punto de vista. Yo nunca había tratado con un palestino; si, una de esas personas que asoman en los telediarios entre bombas y bloqueos que nadie entiende del todo. Ni son tan malos ni tan buenos como quieren hacernos creer según quién y cuándo. Son, ni mas ni menos, gente corriente que quiere a su familia, que trabaja, que estudia en la universidad o se casa con veinte años y tiene siete hijos. Gente que pasa su jornada en un puesto esmirriado de especias o alfombras en el zoco de Damasco, junto al barrio cristiano.
He viajado en medio de una tormenta de arena camino de Palmira, por la carretera que lleva a Irak. El vello se me erizaba leyendo los pocos kms que nos separaban de Bagdad, esa ciudad bellamente mítica que ahora suena a horror y polvo.
He visto de cerca unas de esas tablillas de escritura cuneiforme que estudié en la carrera. Y pensar que se conservaron para la eternidad gracias al fuego que sufrió la biblioteca que las albergaba, cociendo así el barro y haciéndolo imperecedero...
He tocado capiteles romanos y pisado monasterios del s IV, y, en la fortaleza de Crac de los Caballeros posé junto a un actor de telenovela que simulaba ser un sarraceno asediando a los cruzados. Quién sabe si dentro de sus muros de piedra aún pululaban los espíritus fatigados de los auténticos protagonistas de la Historia.
En Alepo encontré una mujer marroquí, casada con un sirio y residente en Egipto. Era una mujer simpática y culta, sin velo ni prejuicios. Únos metros mas allá, un atractivo jóven de Qatar se dejó fotografiar con su vestimenta pulcramente blanca y unos gemelos de oro que relucían al sol.
He oído hablar de chiítas, hezbollah, falta de libertad de prensa...pero también se ha hablado de un maravilloso libro titulado "La epístola del perdón". Todo cabía en este pequeño grupo que caminaba por los cuatro puntos cardinales de un país desconocido.
Traspasar las propias fronteras es lo mas enriquecedor que puede hacer el ser humano para así liberarse de ideas absurdas - y ajenas, la mayoría de las veces - . Yo sigo aún en una nube que no me deja posar los pies en la tierra. Lo haré, no obstante; ya se sabe que estas cosas llevan su tiempo, ni mas ni menos .

miércoles, 9 de junio de 2010

En Siria


Cuando se publique esta entrada llevaré, si Dios quiere, algunos días por tierras sirias. Sólo me llevo una vaga idea de qué puedo encontrar en Damasco, en Palmira, en Aleppo, en las aguas míticas del Eúfrates. Mis apuntes de la facultad de Historia Antigua duermen hace un par de décadas un sueño profundo, con la esperanza de que mi mano, ahora perezosa, desempolve sus telarañas milenarias.

Hoy viernes 5 de junio, programo esta entrada con el portátil sobre las piernas y juro en solemnidad revolver viejos cajones, sacar a la luz aquellos folios de letra un poco infantil donde me esperan bellas historias de la Historia. Hoy las vería con otros ojos, sin los nervios de exámenes cercanos; hoy comprendería todo mucho mejor y mis profesores no me parecerían malévolos.

Bien pensado, uno debería estudiar la carrera con 30 ó 40 años.

En fin, no caiga yo en divagaciones infructuosas: me voy a hacer la maleta.


sábado, 5 de junio de 2010

La Novena y el síndrome de Stendhal


La noche del martes fue el primer concierto de la serie de sinfonías de Beethoven. Primero de cinco, que resultó ser primero y único, pues La Fundación la Nota Azul Europeae nos pasó, junto con el programa, un comunicado de disculpa y anulación de los cuatro restantes.
Como una tiende a elegir el lado alegre de los acontecimientos, resultó que este aborto de ciclo quedaba inaugurado con la Novena Sinfonía. No podía pedir ni desear nada mejor.

Cuando aún era mas ignorante en Música, tenía una irracional aversión a esta Coral. Creo que influyó en mí tanta y no siempre acertada versión del Himno a la Alegría que oía brotar a borbotones en mis años infantiles .

La noche del 1 de junio todo fué muy distinto.
En la Sala Sinfónica, la batuta de Ramón Torrelledó llevó al Cielo a la Orquesta Europeae de Conciertos, al Coro de la Maestranza de Sevilla (colosal), a la soprano, mezzo, barítono y tenor (de cuyos nombres lamento no acordarme).
A ellos los elevó al Cielo, como digo, y a mí me dejó literalmente descompuesta, con esa enfermedad que Stendhal regaló a la Humanidad en su visita a Florencia. En estos delirios de belleza extrema, quería agradecer a Schiller el texto de su Oda a la Alegría; imaginaba a Beethoven el día del estreno, en mayo de 1824, sordo como una pared, dirigiendo sin poder escuchar ni una sola nota de su propia creación. Dicen que en ningún momento se giró de cara al público, con los ojos ahogados en llanto y la sala explotando en ovaciones. También creí asistir a los ensayos de aquella primera orquesta, cuando los músicos protestaban una y otra vez por la dificultad de sus partituras y el genio se enfurecía y les azuzaba con pésimo talante.

Después de su estreno, Beethoven no volvió a mostrarse en público, quizás aquejado del síndrome stendhaliano autoimpuesto. ¿Cómo no comprenderlo, si una hubiera deseado que se la tragara la tierra, y que ningún otro sonido perturbara ese estado del alma, puesto que el alma parecía no pertenecer a este mundo?