jueves, 28 de enero de 2010

Nada tan melancólico, dixit


Nada, excepto una batalla perdida, puede resultar tan melancólico como una batalla ganada. Duque de Wellington dixit.
Esa tristeza agridulce que resulta ser la melancolía creo que sólo puede ser propia de los humanos, aunque siempre me cabrá la duda sobre el resto del reino animal. Pero no voy a ello ahora, sino a la verdad que encierra la frase de Wellington.
Por las noches, cuando desvelada medito mi vida y mis actos, los logros y los fracasos de mis pequeñeces cotidianas, las tribulaciones de lo que me espera mañana o todo el mes por venir, suelo nadar entre dos orillas muy distantes, sin lograr discernir por qué ahora elijo ésta y no la contraria. Y lo peregrino de mis pensamientos es la manera en cómo caigo melancólica a masticar una batalla ganada. El orgullo inicial y mi autocomplacencia por haber batido al enemigo (entiéndase cualquier avatar laboral) se trastoca facilmente en una tristeza serena, pero tan clara, que me recuerda que nuestra existencia está hecha de escaramuzas personales. Que yo no deseo escaramuzas ni guerrillas tribales, y que batirme con otro de mi especie tan sólo me convence de que estamos llenos de miserias.
No señor, no. No me compensan vanidades cuando después me duelen estas melancolías de las batallas de Wellington. Verbigracia.

martes, 19 de enero de 2010

Hemiplejia moral


Cuando Ortega y Gasset publicó "La rebelión de las masas", allá por el año 30 del pasado siglo, surgieron todo tipo de interpretaciones y malinterpretaciones. La mayoría de sus contemporáneos querían ver en su obra un fuerte trasfondo político y le atizaban con sus lenguas viperinas y con las banderas de todos los colores.

Ortega ya estaba habituado a esas mentes irracionales e injustas que tienden a politizar y demonizar todo pensamiento que se sale del común denominador. Con infinita paciencia, propia del sabio que era, alegaba que su obra era un estudio de la sociedad, del ser humano dentro de la sociedad y el tiempo en que le toca vivir, del momento económico, de las tendencias del grupo humano dentro de su país, de la significación del Arte...

Esfuerzo inútil en muchos casos. Un día, irritado ante la ofuscación política que le atosigaba, dicen que sentenció: "ser de las izquierdas o de las derechas es uno de los infintos caminos que puede elegir un hombre para ser imbécil. Es, a todas luces, una hemiplejia moral".

¡ Hemiplejia moral !
¡Qué dos palabras para la eternidad!


jueves, 7 de enero de 2010

La Felicidad Interior Bruta


En poco tiempo han llegado a mis manos varios artículos y referencias sobre algo desconocido para mí hasta ahora: el concepto de FIB ( Felicidad Interior Bruta). Hace treinta años que el rey de un pequeño estado llamado Bhután, en el Himalaya, decidió contemplar el bienestar de sus ciudadanos conforme a la espiritualidad de los mismos. Siendo una región donde se respira el budismo por los cuatro costados, no es de extrañar, por otro lado.
En esta última década de gloria material en occidente, si salvamos esta crisis que arrancó en el 2007, parece que algunas cabezas pensantes y meditadoras han querido recuperar la idea feliz del rey himalayo.

Este nuevo índice medidor del bienestar de la sociedad tiene de sorprendente que no se basa en la economía individual o colectiva; no toma en cuenta los ahorros bancarios, las inversiones, los automóviles que poseen los miembros de una familia, los viajes ni el dinero que un ejecutivo de grado medio emplea en sus ratos de ocio. La FIB tiene nada que ver con todo ello y mucho que ver con el tiempo que dedicamos a nuestra familia, el cuidado y relación con el medio ambiente, la Cultura con mayúsculas, la salud psicológica del individuo, igual de importante que la física. Resulta que la FIB de un Estado no se ajunta con el PIB, gracias a Dios.

Son muchas las variantes que intervienen en esta felicidad, a todas luces subjetiva y particular, pues cada persona tiene sus propias preferencias, sus miedos, sus ilusiones. Sin embargo hay unos denominadores comunes innegables: todos buscamos la tranquilidad de conciencia que mas nos aproxima a la felicidad, y ello no nos llega con siete relojes, cuatro coches o varios collares de perlas australianas. Mis muñecas repletas de brazaletes de oro jamás temblarían con la misma emoción de una caricia a mi anciana madre, y mis orejas son infinitamente mas dichosas escuchando a Debussy que con unos pendientes de brillantes colgando de ellas.

He observado que muchos adultos, cuando nos preguntan por un momento felíz, respondemos sin dudar con recuerdos de la infancia: el olor de las galletas del desayuno, el olivo del jardín de la casa familiar, la musiquilla de la radio en la cocina, mientras alquien cocinaba para nosotros, y a nosotros no nos importaba el qué, sino quién. Cualquier nimio detalle que haga saltar el resorte de nuestra infancia nos transporta casi al éxtasis.

Llegados a este punto me siento tentada de hacer una lista con mis índices de FIB y resaltarlos en negrita y subrayado, repasarlos cuando me sienta decaída, aumentarlos quizás con nuevos descubrimientos. Quién sabe, si a todos nos diera por hacerlo al unísono, en este nuevo año que empieza..., quizás lográramos crear una sociedad mas felíz.