miércoles, 30 de septiembre de 2009

Discreto, siempre, el poeta


José Antonio Muñoz Rojas, el poeta de Antequera, ha muerto sin hacer ruído, quizás porque sus cien años así lo requerían. Mi descubrimiento de él fué tardío, pero gozoso, y con todo mi respeto quiero rendirle homenaje en esta página dejando uno de sus poemas.
No tiene todo el mar la sal precisa,
ni belleza en la tierra el instrumento,
ni música celeste el movimiento,
ni tales lirios por enero, herriza,
ni hubo temblor en pájaro o en brisa,
ni en río, ni en caballo, ni en acento,
ni en verano o espalda se halló el viento
con una mas sabrosa y menos prisa,
como encerrada tienes, sin saberla,
de la ceja al cabello una ternura
que levanta al arroyo y al collado.
¡Ay, déjame morir de no tenerla,
orillas de la dicha y hermosura,
perdido en tu memoria y olvidado!

domingo, 27 de septiembre de 2009

Usos y disfrutes de la Benemérita


Hace pocos días J.M.Ridao nos contaba en su blog una anécdota encantadora de los municipales, en el pueblo donde veranea con su familia. Mi torpeza me impide crear un enlace a su entrada ( un día de éstos he de ponerme a ello sin excusa posible).

Al leerlo recordé a la madre de unas amigas mías, señora de armas tomar, señora que ideaba con cerebro matemático cómo salir de un apuro, embrollo, duda y cualesquiera escollos propios y ajenos que osaran plantársele delante.

La susodicha dama era viajera por vocación íntima y por el trabajo de su marido. Cuando tocaba desplazamiento internacional no sé cómo se las ventilaría, pero si el trasunto íba a suceder por territorio nacional, unos días antes de la partida agarraba la guía telefónica y llamaba... ¡al cuartelillo de la población de destino!
Y ¿qué hacía? Pues ni mas ni menos que un sondeo exhaustivo de cómo ir, dónde comer, los comercios de que disponía el centro urbano, los mejores alojamientos del entorno; de paso, si era tan amable el sargento que le había cogido el teléfono, de recomendarle alguna excursión por los alrededores, los días que hubiera mercado en la zona, si había aparcamientos de fácil acceso o era mejor dejar el coche en algún otro sitio " de esos que ustedes sabrán, debido a su oficio".
Si, dada la temporada, la climatología era propicia para ésto o para lo otro; si, para mayor suerte el interlocutor era piadoso, quizás sabría los horarios de misa las fiestas de guardar....
¡Un cuestionario sin fin!
Por lo que cuentan sus hijas, la madre tuvo suerte toda la vida con sus llamadas al mas puro estilo KGB y ningún funcionario la despachó jamás con cajas destempladas. A veces, cuando lo pienso, me pregunto si formará parte de su entrenamiento en la Academia algún tipo de tortura psicológica de similares características. Cachaza para aguantar un tormento así no se adquiere a la ligera.
Espero que esta mujer, a la que conocí poquísimo, sea dicho de paso, tuviera la deferencia de acudir a los desfiles de las Fuerzas Armadas, cada año, religiosamente, para gritar al paso de la tropilla vestida de verde : ¡ Viva el Benemérito Cuerpo de la Guardia Civil !


martes, 22 de septiembre de 2009

Alguna secuela de Pla

El diez de agosto de 1918, Pla leía el Dietari de Francesc Rierola en el pinar del Ferriol. El que escribe un dietario, leyendo otro dietario (carambola de aficiones, pienso).
Alguien le pregunta si el libro que tiene entre manos es de Paul Bourget, casi lectura exclusiva entre los veraneantes de aquellos días y él, que rehuía parecer un pedante, contesta que si. En silencio medita sus lecturas y llega a la conclusión de que Rierola, "en vez de escribir, vocifera, grita, lanza anatemas. Es mas cómodo. Para gritar no se necesita hacer ningún esfuerzo. Gritar no es nada.../.../
El drama literario es siempre el mismo: es mucho mas difícil describir que opinar. Infinitamente más. En vista de lo cual todo el mundo opina. "

¿No intuía yo en mi anterior entrada que este bendito Pla me íba a traer consecuencias? Helo aquí.

jueves, 10 de septiembre de 2009

El cuaderno gris, un cuaderno de oro



Me esperaba desde hace un año, humilde y sereno, como sólo saben ser las almas nobles, en un estante de mi librería.
Leí el prólogo de Dionisio Ridruejo casi sin aliento, a sabiendas de que estaba abriendo las páginas de un gran libro y a la espera de encontrarme con esas bellísimas palabras escritas originariamente en catalán, cuidadosamente traducidas al castellano.
Me bastan muy pocas páginas para conocer si una obra me merece la pena o si, por contra, tiraré la toalla a la mínima de cambio y un hecho me dá la pista de inmediato (con El cuaderno gris de Josep Pla tengo un vivo ejemplo): en cada página encuentro un párrafo, una frase escrita, en apariencia, al tuntún, que es motivo y causa para la reflexión personal.
El dietario de Plá pudiera haberse escrito en nuestros días, aunque comenzara a redactarlo en 1918. Me encuentro con meditaciones de enjundia, como esta breve exclamación: ¡La familia! Cosa curiosa y complicada...( Con ella se podrían escribir entradas muy lúcidas en cualquier blog, me digo).
Unas páginas mas adelante, una irónica alusión a la gripe que arrasaba el país en el año 1918 y que no puedo pasar por alto en este post : " Ahora, finalmente, da gusto vivir en Cataluña. La unanimidad es completa. Todo el mundo está de acuerdo. Todos hemos tenido, tenemos o tendremos, indefectiblemente, la gripe."

Avanzo por El cuaderno gris con los cinco sentidos en estado puro, ineluctablemente vírgenes. Sospecho que sus páginas van a dejar en mí hondas huellas. Quizás también dejen sus marcas en este blog.

jueves, 3 de septiembre de 2009

La última ola


En el instante en que bese la playa la última ola de todos los océanos, comenzará la cuenta atrás de los días que falten para el fin del mundo.

Podría ser la frase que diera comienzo a una novela. Lo difícil, como siempre, hallar el argumento de la misma, porque, con esta premisa, cualquier meollo es factible.

Una chica está en la playa, sobre la arena, en esos minutos que anteceden al sueño profundo que arrulla el mar. Atrás ha dejado un año trabajoso y no desea pensar en nada, salvo lo que el alma quiera, y ahora le ha dado por imaginar qué ocurriría si, de pronto, dejaran de sonar las olas.

¿Qué sucedería a su alrededor cuando el primer ser humano se percatara de la quietud de las aguas? ¿Cuánto tardarían en notar que no es un efecto pasajero, sino un hecho real, sin vuelta atrás? Como la pólvora, se extendería el temor por la playa, por todas las playas del mundo, en cada faro y cada puerto, en cada comandancia de marina y en todas las cofradías de pescadores. En alta mar los veleros arrancarían sus motores al cesar el viento, pero quizás serían los ultimos en enterarse de la tragedia.

Desde las costas, la noticia volaría al interior de los continentes. Los científicos del mundo entero se echarían las manos a la cabeza y el ciudadano de a pié discutiría si la culpa ha sido del efecto invernadero o de la carrera espacial. A Sarkozy lo veríamos tomar vela en este entierro saliendo en todas las cadenas de televisión, con Angela Merkel al lado, o detrás suyo, ambos serios y circunspectos. La Bruni compondría un tema con su guitarra en una sala del Palacio del Eliseo. ¿Hay ciudad mas bella para morir? Posiblemente no y por eso Carla tiene que agarrar la inspiración al vuelo y cantar en un dulce francés las palabras del cataclismo.

La chica de la playa se ha desperezado momentaneamente, inquieta por el devenir de su loca imaginación. El sentido común le dice que si se pone boca abajo la modorra volverá a apoderarse de ella, y se deja acariciar la espalda por el sol y la brisa del atardecer. Complacida comprueba que las olas siguen obedientes, acariciando también suaves la arena con su ritmo lento y desigual. La vida continúa, no hay fin del mundo a la vista, ¡ay!

Antes de sumergirse en los sueños poderosos, esos que viajan ajenos a nuestra voluntad, se promete a sí misma buscar mas tarde otros argumentos para ese libro. Nada de ciencia ficción; quizás una simple novela de costumbres, donde el amor y la muerte, que a veces se quieren tanto, vayan también de la mano de un mar que aún no ha entregado su última ola.