lunes, 27 de septiembre de 2010

La vida anterior al amor


Y ya que en la anterior entrada hablaba de mi entusiasmo por la trilogía de Naguib Mahfuz ¿qué mejor que dejar una muestra de su buen escribir?
" ¿Qué sentimientos, esperanzas, miedos o ruegos sentía entonces? La vida anterior al amor no la recordaba mas que de una forma abstracta; la ignoraba en tanto en cuanto conocía el valor del amor y la añoraba siempre que el dolor se hacía irresistible. Sin embargo, ella casi se había convertido en una leyenda, de tanto como su mente la sentía. Por eso, llegó a fechar su vida de acuerdo con el amor y decía: "eso fue antes del amor (A.A) y eso ocurrió después del amor (D.A.)"

miércoles, 22 de septiembre de 2010

En la lectura, quien manda, manda


Está visto que no siempre manda uno sobre sí mismo, o al menos no la parte de uno que pretendía tener potestad para ello.
Este verano leí el primer volúmen de la trilogía de Naguib Mahfuz, titulada "Entre dos palacios". Sus cuatrocientas y pico páginas me cautivaron, quizá por esa atracción que siento tan a menudo hacia esos libros en los que aparentemente no sucede mucho, cuyo argumento transcurre lento y sereno como cauce de arroyo llano. Acabé, como digo, cautivada de su lectura y no sé por qué me enfrasqué demasiado deprisa en otra lectura de cariz opuesto por completo. Una novela escrita por un japonés, plagada de costumbres propias del sol naciente.

No pude aguantar mas de diez páginas, consciente del choque interno que me producía cambiar de la cultura egipcia a la japonesa en un abrir y cerrar de ojos. La facilidad física con que uno cierra un libro y abre otro no se corresponde con el beneplácito y aquiescencia de nuestro corazón. Sentía desazón, malestar y...un profundo sentimiento de infidelidad.
Imposible luchar contra eso, me dije.
A los pocos días ya me había hecho con la segunda parte de la trilogía egipcia, de manera que ahora me hallo de nuevo felizmente cobijada entre las calles de El Cairo. Y qué bien se está.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Vampiros nacionalistas


Esta mañana he oído en la radio una noticia sorprendente:
un grupo de científicos estadounidenses ha detectado que los murciélagos poseen diferentes acentos en su lenguaje, según habiten unas regiones u otras de la naturaleza.
Una vez me he repuesto de la impresión, me preguntaba yo si no tienen otra cosa que investigar mas interesante o mas productiva para el bien de la Humanidad, como una vacuna definitiva contra el cáncer, por ejemplo.
Y ya puestos me ha dado por pensar otra cosa: si en vez de ser murciélagos norteamericanos, fueran españoles, tendríamos por doquier reivindicaciones tales como "QUEREMOS CUEVAS AUTONOMICAS", "ESTATUTO YA".
¡Ay, madre !

viernes, 17 de septiembre de 2010

Los viejos verdes


Yo creía que esa raza peculiar perteneciente a una generación reprimida ya era historia...
Ilusa descerebrada, qué poco conoces aún a la raza humana.
No sé qué ocurre a mi alrededor que ultimamente no hago mas que cruzarme - y lo que es peor, cruzar palabra - con viejos verdes a destajo. De la calaña mas rastrera, babosa, hedionda y chabacana.
Bastarán dos ejemplos para que se me entienda:
en el pueblo de la sierra donde paso parte del verano, hay un puesto de churros permanente, regentado por un padre y su hijo desde tiempos inmemoriales. Nunca había ído a comprar allí, pero en fin, hace una semana alguien me dijo que el dueño era oriundo de un pueblo cercano al de mi madre, y que le diera recuerdos del cura, D. Javier. Así que me planté delante de los churros y su cocinero y le hablé del asunto, contenta de ser mensajera entre paisanos.
No habían pasado treinta segundos y ya mis oídos vomitaban tras escuchar frases del tipo: las mujeres no quieren comer churros. ¿Ah, porque engordan? No, ricura, porque levantan el apetito sessual a ellas y sus maridos. Glups ( me decía a mí misma). Y el verderón continuaba: además, qué coño, la mujer tiene que tener tetas y culo, jajajaja. Buenas tetas y buen culo, jajajaja. Aunque mis churros no engordan ¿eh?
Así que lo dejé practicamente con la palabra en la boca y, por supuesto, ya me ha visto el pelo por sus pagos. Qué falta de educación y qué mal gusto; dado el percal del elemento mucho me extrañaría ver delante de su puesto ni una sola mujer, como no sea una primeriza incauta como yo.
Segundo ejemplo: en un pueblo de Burgos, hace un par de días. Escenario: tienda de capachos, miel y cacharros de barro. Detrás del mostrador un señor de unos 60 años, aparentemente educado pero demasiado parlanchín ( si os dáis cuenta, todo parlanchín acaba metiendo la patita en medio de su verborrea incontenida). En este caso soltó su baba apestosa cuando R y yo le hicimos un comentario sobre las botas de vino que descubrimos tras los serillos de paja. Si, si, son estupendas y duran toda la vida si se sabe cómo tratarlas...jejeje...porque una bota es como una mujer...jejeje...hay que cuidarla y usarla...jejjeje...usarla mucho. Ya me entienden.
Otro viejo verde que se quedó con la palabra en la boca. Lástima que ya le habíamos pagado.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Editores, escritores....alegrías


Kafka solía decir que su deber diario era la alegría. Ese hombre torpe y callado al que recuerda su editor, Kurt Wolff en su primer encuentro, vulnerable, tierno "intimidado como un colegial examinándose de bachillerato", ese que creía tan poco en sí mismo y en sus posibilidades como escritor, se cubría cada mañana con una capa de felicidad para contrarrestar sus inseguridades.

Ahora Acantilado publica "Autores, libros, aventuras" del propio Kurt Wolff, un compendio de perlas, esmeraldas y demás piedras preciosas literarias de una época dorada de su editorial, creada cuando tan sólo contaba con veintiséis años.

En el artículo del ABC Cultural, firmado por Mercedes Monmany, me sorprendo leyendo (aunque quizás no debería) el reconcome de Kafka ante Wolff: "siempre le quedaré mas agradecido porque me devuelva mis manuscritos que por su publicación". Comprendo cuán poco conocemos de las personas que admiramos, aunque pretendamos haberlo leído todo sobre ellos, indagado sus vidas, familia y amores. Nada, o muy poco. ¿Cómo poseer el sentido íntimo y último de sus existencias si tan siquiera podemos describirnos a nosotros mismos, que habitamos este cuerpo desde que nos parió nuestra santa madre?

En realidad no me propongo divagar hacia donde no pretendía al comenzar esta entrada de hoy (cientos de veces mi mano sobre el teclado corre por caminos impensados en un principio). Lo que quiero airear como bandera al viento en esta mañana soleada, es la consigna que rigió la empresa de Kurt Wolff , según sus propias palabras:
"Uno edita o bien los libros que considera que la gente debería leer, o bien los libros que piensa que la gente quiere leer. Los editores de la segunda categoría, es decir, los editores que obedecen ciegamente el gusto del público, pertenecen a otro órden. Para esta actividad no se requiere ni entusiasmo ni buen gusto. Se proporciona la mercancía que se demanda."

Mi alegría de hoy es, pues, este hallazgo de Acantilado y no ha de ser una alegría kafkiana del deber autoimpuesto, sino todo todo un placer. Así sea.