lunes, 23 de junio de 2008

יְרוּשָׁלַיִם Jerusalén


¡¡ Me voy unos dias a Jerusalén !!

En mi moleskine de viajes apuntaré cómo anda aquéllo 2.008 años después.





sábado, 21 de junio de 2008

Ya llegó


Estos calores repentinos es que no me sientan nada bien. Cuando suelto aquí y allá que ojalá volvieran las lluvias, la gente me mira de reojo con el ánimo soliviantado, porque todo el mundo está deseando irse a la playa a tomar baños de sol y mar. Muy lógico. Tampoco me vendría mal sumergir el cuerpo en agua salada, y que el alma se aligerara igualmente de su peso.
Me pregunto si alguna vez he recaído en la ligereza del espíritu simple y llano ¿cuándo lo tuve, si es que quizá lo tuve?
Dentro del mar me despojo primero de la parte de arriba del bikini, luego la de abajo, y de súbito, zas, mi cuerpo se torna libre, liviano sin esa mitad de kilos que parecen haberse llevado las olas a una lejanísima orilla. Que allí se queden para siempre.
Si el corazón pudiera soltar lastre con la misma detreza que mi mano suelta las tiras del traje de baño. ¡Zas! fuera dos, tres, pongamos seis kilos de decepciones, llantos, añoranzas, ausencias. Todos a veinte millas, junto a los otros kilos de mi cuerpo.
¿Es, quizás eso, lo que los poetas llaman viajar ligero de equipaje?
Es que a mí estos calores no me sientan del todo bien, y menos cuando los paso en Madrid, donde no hay olas que me liberen con un beatífico ¡zas!
Acabo de llamar a mi madre, y su voz sonaba con un hilo muy fino de vida. He sentido la necesidad de estar junto a ella, en previsión de todo el tiempo en que tendré que vivir algún dia sin ella. Mamá, le he dicho, esta noche duermo contigo. Muy bajito me ha respondido: ah, pues vale. Y hemos colgado.

jueves, 19 de junio de 2008

Ciertos críticos

Hay un nuevo poemario en las librerías: "A tu lado en Islandia" de Iñaki Ezquerra.
El autor ha tomado ese verso de un poema de Borges, titulado "Nostalgia del presente", en el que Borges sueña estar en Islandia con su amada, cuando realmente está allí y con ella.

Esta referencia ya me podría emocionar lo suficiente como para correr a buscar el libro y traerlo a casa. Pero sigo leyendo la nota del periódico y, como una catarata del deshielo, me sepultan estas palabras:
"....blablablá..., cuya causticidad y sublimación estoica de la experiencia es un adecuado pórtico al escepticismo, aún con ironía posmoderna, planteado por Ezquerra.
Firmado: Antonio Puente"

( !!!!!!!!!!!) Por Dios, esto debería estar prohibido.

¿Piensa, acaso, un crítico, que cuanto mas intrincado, oscuro e ininteligiblemente nos hable, en mayor estima vamos a aceptar su criterio?
Desde que esta lindeza de parrafada me ha entrado por los ojos se me han quitado las ganas de leer los poemas del señor Ezquerra. Lo siento, señor Ezquerra.

lunes, 16 de junio de 2008

Angeles caídos



La Feria del Libro de Madrid ha finalizado y yo pude -menos mal - pasearla dos mañanas muy bien aprovechadas.

La primera, en un dia gris de cielo y de diario, en un ir y venir apretado, pues sólo disponía de un par de horas para arramplar con lo que tenía apuntado en mi cuadernillo (esta vez no moleskine, sino muji japonesa adquirida en una tienda muy in de la calle Fuencarral). Desde hace años sigo un propósito ante la abundancia de casetas imposibles de atender: anoto las editoriales de mi interés y voy derecha a ellas según el plano que recojo en Información. Después, si me sobra tiempo, bailoteo por otras y me dejo querer por ellas, o las quiero yo si me sorprenden gratamente.

La primera mañana, como digo, tuvo sus frutos y tuvo encanto, pues me salió al paso con una lluvia fina y fresca que me obligó a buscar cobijo en una terraza techada, donde bebí algo al tiempo que saboreaba mis adquisiciones in situ. Algunas poesías de Renacimiento y Visor, algún volumen de Alba y Pre-textos... en fin.

La segunda visita fué el sábado 14. Mañana soleada de firmas y colas interminables que yo, por fortuna, no hice. Allí estaba un Ken Follet sonrosado y sonriente, Carmen Posadas y su hermano Evaristo, que comparten libro culinario, Matilde Asensi, Leopoldo María Panero, César Vidal y Jiménez Losantos, Cornelia Funke en la caseta de Siruela, Almudena Grandes, y otros tantos mas de los que lamento no poder contar nada.
Pero hete ahí que en la caseta 190 presentaba Andrés Trapiello una serie de obras de la colección La Veleta, además de firmar, por supuesto, su último diario, La Manía. Cuando me acerqué a echar un vistazo no había mas que un parroquiano dándole charla, y me situé detrás suyo, por si al final me decidía a saludarle. Dudé si marcharme o no, a fin de cuentas no llevaba conmigo mi ejemplar para que estampara su firma, ni tenía la intención de comprar otro. Mi hermana, que me acompañaba, me empujó materialmente encima del mostrador, y me dejó a solas para que le dijera lo que quería decirle, que fué, a fin de cuentas, una retahíla deshilvanada de frases confusas, pues confusas eran mis intenciones : que si yo recién empezaba a conocerlo como lectora, que lo sentía, y para liar un poco mas mi perorata, le conté por encima lo que me había pasado hacía unos dias con su página 158 (relatado en la penúltima entrada de este blog).
El hombre, sin saber qué responder, me dijo que serían los fantasmas, y ambos nos reímos, yo deshaciendo la idea en el aire con un movimiento de manos.
Al despedirme tuve la certeza de que él no comprendió mi acercamiento, cosa lógica, como he comentado, pero me sentí desilusionada porque él no hubiera sabido leer en mi interior. Ya se sabe que esta queja es frecuente en las mujeres respecto a los hombres: "decimos una cosa pero está clarísimo que queremos la contraria y parece mentira que seas tan torpe de no entenderlo." Ya es rizar el rizo pretender que un señor que me acaba de conocer y que estará hasta las cejas de mujeres cotorras o insulsas, sepa entrever que, detrás de mis palabras atropelladas y nerviosas, se escondía un muy mucho de timidez y una cierta admiración.
Pobre de mí, y pobre de él, caramba.
Poco recuerdo de sus comentarios, en cambio sí tengo la imágen de una sonrisa blanca y entregada, una cabeza mas canosa de lo esperado, y unos ojos deseosos de cerrar el chiringuito y marchar a casa. Se notaba a cien leguas que estos menesteres promocionales son de su poquísimo agrado .
Por estas extrañas casualidades que presenta la vida y que ya me van llamando la atención mas de la cuenta, resulta que en otra caseta situada casi enfrente de Trapiello, aunque oculta a su vista por unas barracas de periódicos y kioskos de bebida, firmaba también el periodista y escritor Juan Cruz. De todos es sabido la inquina que se profesan ambos, parece ser mas por parte de Cruz que de Trapiello. Caminando delante de él pude observar que se encontraba entre sombras, medio oculto tras los libros y que en esos momentos ningún fiel lector reclamaba su rúbrica.
Lo miré largamente y él me miró también, pero nada le dije y eso pareció extrañarle ; lo único que hubiera podido transmitirle es el desagrado que me produce oir sus opiniones por lo general, y que, además, no he leído ninguno de sus libros. No me pareció oportuno, por tanto, iniciar conversación tan agria con él y sus ojos parecían intuir mis pensamientos, pues su mirada, torva de por sí, íba tomando matices de víbora a punto de atacar.
Pocos minutos después paseaba una (como diría Trapiello) bajo la estatua del Angel Caído, de Bellver, que está en uno de los paseos del Retiro, no muy lejos de la Feria. Ese ángel representa la primera guerra de los cielos, los ángeles caídos en desgracia divina y expulsados por el pecado del orgullo y la vanidad, entre otros. Pensé en cuánto de orgullo y soberbia habría dentro de los corazones que allí firmaban en ese momento, cuántas envidias y descréditos. No dudé tampoco de las buenas intenciones y querencias que muchos se dispensan y de las que soy conocedora.
Todo ello se me antojaba un Cielo Literario en el que, como tal, sería deseable encontrar unicamente las bondades divinas que se presupone a cualquier Arte. Sin embargo, y para no pecar de ingenua, no le queda a una mas remedio que admitir los trompazos de algunos angelitos desterrados en estas escaramuzas celestiales y, como mucho, barrer del suelo sus plumas antes de que tornen negras y hediondas.

viernes, 13 de junio de 2008

Algo tan impersonal

Estos dias de atrás he estado viajando bastante en metro, cosa que ha de agradarle mucho a Esperanza Aguirre y al señor Gallardón cuando se lo cuente; a una porque así amortiza los tantísimos millones que le van costando sus despliegues al extrarradio, al otro porque no sumo mi coche al ya muy sufridito tráfico madrileño.

Cada trayecto es aparentemente igual al anterior, pero no, cada trayecto es un mundo.
Como no suelo llevar libro que me entretenga ni ipod pegado al oído, distraigo mi atención observando a los viajeros que comparten vagón con una servidora. Esta mañana ha habido variedad de situaciones. Serían las 11,30 h mas o menos cuando subí en mi estación de siempre; en principio poca gente, casi todos en silencio, salvo un grupo de estudiantes muy alborotados y sentados por los suelos, en esa molesta costumbre que han tomado en los últimos tiempos, entorpeciendo el acceso a los que entraban y salían en cada parada.

A mitad de camino entró una señora en traje de chaqueta rojo, tacones altos, y unos 70 años a su espalda. Un caballero, porque era un caballero, que la vió entrar, quiso dejarle su asiento y le hizo señas repetidas veces, pero ella se hacía la loca y negaba con la cabeza sin mirarlo, en una actitud extraña, hasta que se volvió hecha un basilisco y le gritó que la dejara en paz. Los que presenciamos la escena nos quedamos estupefactos, y el buen hombre le respondió: es usted una maleducada. Ella, en cambio, continuó de cara a la pared, tal parecía que estuviera rumiando su propia mala leche.
Fuí posando la mirada aquí y allá. Frente a mí sentada, una chica muy guapa, con ese tipo de belleza que no necesita artificios, ni una sombra en los párpados, ni asomo de colorete, tampoco brillo de labios. Una tez dorada y limpia de por sí, los ojos color miel y pestañas largas. ¿ Qué mas necesitaba ? A riesgo de parecer lesbiana no podía dejar de mirarla, y envidiarla, para ser sincera. Ella íba enfrascada en sus pensamientos y no me prestaba atención, de modo que me facilitaba el escrutinio de sus rasgos y gracias mil.
Entre envidia y envidia, mis ojos, que sí necesitan adorno extra, recaían en la cantidad de extranjeros que habían ocupado el vagón, muchos de ellos con sus retoños. Qué diferentes son estos pequeñuelos de los nacionales: si uno se fija bien, casi nunca lloran, molestan muy poco a sus padres, hacen monerías a los que los miramos, pero quedamente. Igualitos que "los nuestros", siempre inconformes y enrabietados porque tienen sed, están cansados, o por lo que sea.

A mi derecha, dos chicos oyendo música a tal volumen que los demás nos íbamos enterando de sus estridencias como si compartiéramos auriculares. No fuí capaz de distinguir qué era aquéllo que sonaba; sin duda los tantanes de la selva guardan mas cadencia y ritmo.
Al lado de la belleza natural, por tanto, frente a mí, un treintañero sin otra ocupación que observarlo todo, como yo. De vez en cuando nuestros ojos se encontraban, y nos entraba una especie de rubor adolescente; más intentábamos evitarnos, más nos mirábamos, más azorados nos sentíamos, en una ecuación creciente e insoluble.
Por fin llegó mi destino: estación de Bilbao. Cuando fuí a levantarme no tuve otra ocurrencia que agarrarme, por error de similitud, a una especie de barra de cartón grisáceo que llevaba en la mano un señor situado junto a la puerta. Le metí un susto al pobre, de espaldas como estaba a mí, y yo tuve tal sensación de ridículo, que tras disculparme torpe y absurda, no nos quedó mas remedio que reirnos ambos con verdaderas ganas. Al menos me llamó bonita ( no te preocupes, bonita....) y, gracias a esa simpleza, salí tan contenta cuando se abrieran las puertas.
A la chica guapa-sin-artificios nadie le llamó bonita en todo el trayecto ¡ja!

Hay que ver - me íba diciendo mientras subía andando por las escaleras mecánicas - cuántas personas hemos convivido en ese reducido espacio y, sin embargo, no hay nada tan impersonal como un vagón de metro.

lunes, 9 de junio de 2008

Página 158

A veces le ocurren a uno cosas sumamente curiosas, de un cariz que no se atreve a clasificar por no parecer fantasioso o pretencioso, o ambas cosas a la vez. Si se atreve, en todo caso, mejor guardarlo para sí mismo y su propia crítica, que en no pocas ocasiones es mas despiadada e irrefutable que la del prójimo.

El sábado fui testigo, víctima o convidada, llamémosle como se quiera, de una de ellas. Como había amanecido un sol radiante, y tras haber solventado algunos asuntos domésticos, decidí asomar a la calle con mi libro de estos dias, y sentarme a tomar un aperitivo en la terraza de una cafetería cercana a casa. Un hábito muy grato que he ído adquiriendo en mis momentos de preciada, por escasa, soledad.
Para preparar mi nido adecuadamente, robé media sombra de la mesa que estaba a mi espalda, ocupada por un par de señores de mediana edad que hablaban escuetamente con sus respectivos periódicos en la mano. Pedí a la camarera vestida de fräulein alemana un bitter Kas, "o la marca que tengan, no importa", coloqué el móvil a distancia prudencial, ajusté las gafas de sol, y me bebí unas treinta páginas de La Manía, a sorbos tan acompasados con el bitter que parecía que la batuta experta de sir Colin Davis se hubiera sentado también a la mesa para armonizar letras y placeres.

Me hallaba en ese punto del diario en que el autor, Andrés Trapiello, visita la casa de Cuatro Caminos que sirvió de sede de la Falange en la posguerra española. Se está documentando a conciencia sobre los famosos asesinatos de 1945, donde un grupillo de matones a sueldo, comandados por el Partido Comunista, cometieron la "heroica hazaña" de liquidar al pobre bedel del edificio y a un personajillo de poca enjundia dentro de Falange. El escritor encuentra ahora la casa habitada por un artesano y su mujer que, afablemente, pasean con el recién llegado por las estancias que aún conservan la disposición antigua. Le explican que la Falange les había conminado a no tocar el sótano bajo ningún pretexto y sin explicación alguna. Secreto de posguerra, evidentemente, como evidente se hizo la presencia de unos cuantos huesos varios años después, restos de algún desgraciado, víctima de la "checa del terror azul que se implantó en Madrid tras el terror rojo"- cito textualmente-. Muy penoso todo, teniendo en cuenta que estos hechos ocurrieron poco mas de medio siglo atrás. A la vuelta de la esquina.

Avanzaba yo hacia el final de la escena, leyendo al apesarado Trapiello mientras salía del triste e invernal jardincillo de la calle Avila. Mis movimientos eran lentos cuando acerqué la mano izquierda al vaso y no sé cómo, pues no recuerdo torpeza alguna en mis dedos, dejé caer gran parte del bitter sobre las hojas abiertas del libro. La página 158, y las anteriores, quedaron manchadas de un rojo vivo, pese a las servilletas que empaparon presurosas gran parte de semejante sacrilegio.
Como si la sangre allí vertida de uno y otro bando viniera a recordarme que todos fueron víctimas, pero también verdugos.

sábado, 7 de junio de 2008

Puestos a decorar



Seis rosas a tres colores decoran mi mesa desde ayer; que embellezcan también mi blog. Las de casa se marchitarán, las de la foto no, por esos milagros que tiene la técnica.

miércoles, 4 de junio de 2008

Feria de barrio


Acabo de llegar de una feria de barrio, de mi antiguo barrio, para mas señas. He estado visitando a mi madre y de regreso, me han propuesto una paradita como quien no quiere la cosa, tal que sólo por echar un vistazo.

Antes, este batiburrillo de barracas y feriantes se colocaban en una ladera en tierra de nadie. De pronto, esa tierra bastarda tuvo por novios ciertos especuladores con renombre y posibles, y fue ocupada por viviendas y jardincillos a la moda, en pleno apogeo inmobiliario de los años 90. La feria se desplazó, por fuerza, al altiplano de un parque mejor diseñado, con anfiteatro y todo, con actuaciones de la Pantoja y todo.

Poco tiene que ver con el anárquico festejo de mi adolescencia, donde la noria destartalada ha sido sustituída por una especie de jaulas que giran como las agujas de un reloj a velocidades poco recomendables. Tampoco he visto "La Ola" ni "El Gusano", bicharracos de poca monta que me descomponían el estómago igualito que la mejor de las montañas rusas.
Y de las gentes, no hablemos. Esta tarde he oído hablar con equiscientos acentos a cada padre que amonestaba a su Willifredi o a su Liliana: ándele y jale a su hermana chiquita, no mas no ve que anda achicopalada...
Mis compañeros de noria de entonces, como mucho, tenían acento andalúz, y eran los menos. Unos eran rubios, otros morenos, incluso pelirrojos. Hoy había casi unanimidad en la tez y el color de pelo.
Algo no ha variado, como debe ser, en el antes y el ahora: la alegría desbordante de las gentes; los mayores viendo el brillo en los ojos de sus pequeños, los pequeños viendo cómo los padres, por un dia, sacan los euros de sus bolsillos sin refunfuñar, y hasta comparten perritos calientes y enormes piruletas de caramelo rojo.

Todo esto pensaba al tiempo que me comía, con un hambre canina, medio bocadillo de panceta (qué fina yo) y algodón dulce rosa (qué empalago mas grande). Tampoco ha variado mucho el pelaje del tipo que atendía los pedidos: una especie de Falconetti-ex-convicto, que, a modo de lenguaje, utilizaba una amplia variedad de gruñidos mientras un palillo bailaba de un lado a otro de su boca. Cuando nos íbamos, una media hora después, he querido pasar a propósito por el chiringuito de mis entretelas : como me imaginaba, el palillo seguía en su sitio.
De algún modo, me he dicho, todo sigue en su sitio. Felizmente.

lunes, 2 de junio de 2008

Cojonudo (con perdón)


1.- Hace unos dias nos sentamos R y yo en una terraza con idea de tomar una cervecita mañanera. Pasaban los minutos y nadie salía a atendernos ni a nosotros ni a las pocas mesas que se íban ocupando alrededor. Sabe Dios cuándo aparece una camarera con el morro torcido y nos dice que en esa cafetería no hay servicio de terraza y que entráramos a pedir en la barra. ¿Para qué ponen terraza si no la atienden debidamente? me pregunto yo, R se mosquea y dice que nos vayamos , pero yo tenía que entrar al baño con urgencia y de paso...
El espectáculo era digno de montar en cólera y liarse a romper sillas y mesas, como en un Saloon del Oeste : tras la barra, aburridas e indolentes, 4 (cuatro) camareras mirando las musarañas.

2.- Esta mañana he llamado al gestor para vernos por la tarde y tratar el tema de la Renta. Le digo que puedo quedar a las 17 h. Me responde que no porque su mujer va a clase de Pilates y él ha que cuidar a los niños. Es decir, que ella no puede faltar a su clase de gimnasia y los clientes de su marido tenemos que ajustarnos a ello; de hecho yo me he acomodado a su horario. Tiene guasa la cosa.