
En poco tiempo han llegado a mis manos varios artículos y referencias sobre algo desconocido para mí hasta ahora: el concepto de FIB ( Felicidad Interior Bruta). Hace treinta años que el rey de un pequeño estado llamado Bhután, en el Himalaya, decidió contemplar el bienestar de sus ciudadanos conforme a la espiritualidad de los mismos. Siendo una región donde se respira el budismo por los cuatro costados, no es de extrañar, por otro lado.
En esta última década de gloria material en occidente, si salvamos esta crisis que arrancó en el 2007, parece que algunas cabezas pensantes y meditadoras han querido recuperar la idea feliz del rey himalayo.
Este nuevo índice medidor del bienestar de la sociedad tiene de sorprendente que no se basa en la economía individual o colectiva; no toma en cuenta los ahorros bancarios, las inversiones, los automóviles que poseen los miembros de una familia, los viajes ni el dinero que un ejecutivo de grado medio emplea en sus ratos de ocio. La FIB tiene nada que ver con todo ello y mucho que ver con el tiempo que dedicamos a nuestra familia, el cuidado y relación con el medio ambiente, la Cultura con mayúsculas, la salud psicológica del individuo, igual de importante que la física. Resulta que la FIB de un Estado no se ajunta con el PIB, gracias a Dios.
Son muchas las variantes que intervienen en esta felicidad, a todas luces subjetiva y particular, pues cada persona tiene sus propias preferencias, sus miedos, sus ilusiones. Sin embargo hay unos denominadores comunes innegables: todos buscamos la tranquilidad de conciencia que mas nos aproxima a la felicidad, y ello no nos llega con siete relojes, cuatro coches o varios collares de perlas australianas. Mis muñecas repletas de brazaletes de oro jamás temblarían con la misma emoción de una caricia a mi anciana madre, y mis orejas son infinitamente mas dichosas escuchando a Debussy que con unos pendientes de brillantes colgando de ellas.
He observado que muchos adultos, cuando nos preguntan por un momento felíz, respondemos sin dudar con recuerdos de la infancia: el olor de las galletas del desayuno, el olivo del jardín de la casa familiar, la musiquilla de la radio en la cocina, mientras alquien cocinaba para nosotros, y a nosotros no nos importaba el qué, sino quién. Cualquier nimio detalle que haga saltar el resorte de nuestra infancia nos transporta casi al éxtasis.
Llegados a este punto me siento tentada de hacer una lista con mis índices de FIB y resaltarlos en negrita y subrayado, repasarlos cuando me sienta decaída, aumentarlos quizás con nuevos descubrimientos. Quién sabe, si a todos nos diera por hacerlo al unísono, en este nuevo año que empieza..., quizás lográramos crear una sociedad mas felíz.