miércoles, 30 de septiembre de 2009
Discreto, siempre, el poeta
domingo, 27 de septiembre de 2009
Usos y disfrutes de la Benemérita

martes, 22 de septiembre de 2009
Alguna secuela de Pla
Alguien le pregunta si el libro que tiene entre manos es de Paul Bourget, casi lectura exclusiva entre los veraneantes de aquellos días y él, que rehuía parecer un pedante, contesta que si. En silencio medita sus lecturas y llega a la conclusión de que Rierola, "en vez de escribir, vocifera, grita, lanza anatemas. Es mas cómodo. Para gritar no se necesita hacer ningún esfuerzo. Gritar no es nada.../.../
El drama literario es siempre el mismo: es mucho mas difícil describir que opinar. Infinitamente más. En vista de lo cual todo el mundo opina. "
¿No intuía yo en mi anterior entrada que este bendito Pla me íba a traer consecuencias? Helo aquí.
jueves, 10 de septiembre de 2009
El cuaderno gris, un cuaderno de oro
Me esperaba desde hace un año, humilde y sereno, como sólo saben ser las almas nobles, en un estante de mi librería.
Avanzo por El cuaderno gris con los cinco sentidos en estado puro, ineluctablemente vírgenes. Sospecho que sus páginas van a dejar en mí hondas huellas. Quizás también dejen sus marcas en este blog.
jueves, 3 de septiembre de 2009
La última ola
En el instante en que bese la playa la última ola de todos los océanos, comenzará la cuenta atrás de los días que falten para el fin del mundo.
Podría ser la frase que diera comienzo a una novela. Lo difícil, como siempre, hallar el argumento de la misma, porque, con esta premisa, cualquier meollo es factible.
Una chica está en la playa, sobre la arena, en esos minutos que anteceden al sueño profundo que arrulla el mar. Atrás ha dejado un año trabajoso y no desea pensar en nada, salvo lo que el alma quiera, y ahora le ha dado por imaginar qué ocurriría si, de pronto, dejaran de sonar las olas.
¿Qué sucedería a su alrededor cuando el primer ser humano se percatara de la quietud de las aguas? ¿Cuánto tardarían en notar que no es un efecto pasajero, sino un hecho real, sin vuelta atrás? Como la pólvora, se extendería el temor por la playa, por todas las playas del mundo, en cada faro y cada puerto, en cada comandancia de marina y en todas las cofradías de pescadores. En alta mar los veleros arrancarían sus motores al cesar el viento, pero quizás serían los ultimos en enterarse de la tragedia.
Desde las costas, la noticia volaría al interior de los continentes. Los científicos del mundo entero se echarían las manos a la cabeza y el ciudadano de a pié discutiría si la culpa ha sido del efecto invernadero o de la carrera espacial. A Sarkozy lo veríamos tomar vela en este entierro saliendo en todas las cadenas de televisión, con Angela Merkel al lado, o detrás suyo, ambos serios y circunspectos. La Bruni compondría un tema con su guitarra en una sala del Palacio del Eliseo. ¿Hay ciudad mas bella para morir? Posiblemente no y por eso Carla tiene que agarrar la inspiración al vuelo y cantar en un dulce francés las palabras del cataclismo.
La chica de la playa se ha desperezado momentaneamente, inquieta por el devenir de su loca imaginación. El sentido común le dice que si se pone boca abajo la modorra volverá a apoderarse de ella, y se deja acariciar la espalda por el sol y la brisa del atardecer. Complacida comprueba que las olas siguen obedientes, acariciando también suaves la arena con su ritmo lento y desigual. La vida continúa, no hay fin del mundo a la vista, ¡ay!
Antes de sumergirse en los sueños poderosos, esos que viajan ajenos a nuestra voluntad, se promete a sí misma buscar mas tarde otros argumentos para ese libro. Nada de ciencia ficción; quizás una simple novela de costumbres, donde el amor y la muerte, que a veces se quieren tanto, vayan también de la mano de un mar que aún no ha entregado su última ola.