jueves, 8 de julio de 2010

Meditaciones en una terraza


A solas una tiene tiempo de hablar consigo misma, encontrarse o reencontrarse, porque suele ocurrir que las interferencias del mundanal ruído nos distraen y alejan de nuestra raíz mas propia. Y no se precisa una reclusión monacal para tal menester.

Hoy me he sentado en la terraza de un bar, en la plaza de este pueblo serrano donde estoy pasando la semana. Un refresco con aceitunas y un libro sobre la mesa eran mis únicos compañeros. Sobre las mesas ondeaba un aroma a nardos y jazmines que parecía querer atraparnos en otra época, en otra latitud muy lejana a estas tierras; quizás sólo yo lo precibía, no puedo saberlo, el caso es que las seis-siete personas que ocupábamos el lugar no parecíamos tener prisa por levar anclas y regresar a nuestros puertos.

En mi cabeza y en mi corazón (sin saber a ciencia cierta en cuál de ellos justamente) se sucedían acontecimientos de mi vida. Una frase, una llamada telefónica, los emails que recibo del trabajo y de mi gente querida. Todo tenía cabida en ese momento sin enfrentarse innecesariamente, con parsimonia y delicadeza, tomando cada uno su espacio calmoso, sereno, diría que alegremente. Puedo casi afirmar que todo se planteaba ante mí con esa seguridad que te embarga en momentos en los que te sientes especialmente madura, firme, incluso poderosa, cuando el poder lo ostentas sobre tí misma.
En mi libro, el director de un museo damasceno despide a su vistante con esta fórmula: adiós, le deseo lo mejor, le deseo que sea felíz con su trabajo. Recuerde, el trabajo no es un castigo, es el goce que Dios nos ha dado para que no nos enloquezca el paso del tiempo.
Y deseo con ardor que esta frase forme por simpre parte de mi vida.

En mi agenda, leo pensamientos de otros que el editor me regala en cada página, como éste de Cortázar: "cuántas palabras, cuántas nomenclaturas para un mismo desconcierto".

Pero no hay desconcierto en el gol de Puyol (bendito seas) ni en aquellas personas que caminan por la tierra regalando pedacitos de cielo, ni en las aguas frescas de un baño nocturno a la luz de la luna; tampoco había desconcierto en el olor a nardos y jazmines de esta mañana, aún cuando sigo preguntándome, a estas horas, de dónde salía.



8 comentarios:

José Miguel Ridao dijo...

Muy buena entrada, Mery. Últimamente estás inspirada. Se ve que te sientan bien los aires serranos.

Un beso.

Аmanecer dijo...

Sabes? Mi anterior trabajo lo sentìa que era un castigo, pero el que actualmente tengo, lo siento asì, como un goce.
Una gozada tambièn es, leerte!

Besos!!

Javier Sánchez Menéndez dijo...

Felicidades Mery, muy acertada.

Saludos.

Mery dijo...

José Miguel, Amanecer, Javier: la verdad es que en estos pueblos serranos se está de maravilla, desde luego mucho mejor que en un Madrid caluroso y ruidoso. El tiempo avanza sin sobresaltos.
Espero que vosotros estéis difrutando de buenos momentos igualmente.
Muchas gracias por vuestra visita.
Un beso, de corazón

Eria.. dijo...

La sensación de que el tiempo se para.

Juan Carlos Garrido dijo...

Es cierto: hay que estar a solas para poder pensar; dejar de oírte para escucharte.

Saludos.

Javier dijo...

Creo que esa frase entorno al trabajo viene de otras épocas, porque hoy en día la mayoría de los trabajos se han convertido en infiernos en la tierra, así que qué mayor condena podemos esperar, cuando raramente podemos darnos cuenta del paso de nuestras vidas.

Mery dijo...

Eria: el tiempo se para y algo surge dentro de uno, un reconocimiento profundo y muy íntimo. Difícil de explicar.
Un abrazo

Sombras: lo bueno es que esa soledad se puede buscar, o encontrar, en los lugares menos esperados.
Un abrazo

Pe-Jota: no creas, la frase es de un hombre actual, director de un museo arqueológico. Ama su trabajo profundamente y desea que todo ser humano logre lo mismo que él. Difícil, desde luego.
Un abrazo