
Esta tarde he estado en la presentación del libro "Vivir sin miedos", de Sergio Fernández.
Oí hablar al autor en la radio, hace apenas una semana, y me gustó su alegría y entusiasmo, así como la premisa de la que parte su obra: parece ser que las águilas, que pueden vivir 70-80 años, cuando llegan al ecuador de sus vidas, se retiran a un alto y comienzan a mudar el pico; con el pico nuevo se deshacen de las garras viejas y de las plumas pesadas que le estorban.
De esta manera emprenden una nueva existencia, renovadas y liberadas.
Así el autor se aplicó el cuento y encontró que se sentía mas vivo, mas dueño de sí mismo, si echaba a un pozo todos los miedos cotidianos, las lecciones aprendidas y heredadas del pasado y que nada tenían que ver con su verdadero proyecto de vida.
Al terminar la presentación he comprado un ejemplar y me he acercado al autor para que lo firmara, momento que he aprovechado para decirle que su planteamiento me parecía muy orteguiano, en el sentido de que aboga por la verdadera vocación personal del individuo. Me ha agradecido el apunte y me ha estampado la siguiente frase: "Querida M, por una vida con vocación y sin miedos".
Ya de vuelta he venido analizando con R el porqué de tantas editoriales dedicadas en cuerpo y alma a los mil temas de superación, crecimiento personal, no digamos liderazgos y demás - a mi modo de ver, patrañas -. El que vivamos nuestra vida sin miedos me parece esencial para caminar con paso firme, honestamente, y es posible que una vez leído el libro lo haga circular entre ciertas gentes que transitan por su existencia agobiados de angustias y dramas.
Ahora bien ¿a qué se debe que esta sociedad necesite devorar pseudo-filosofías y guías de vida?
La primera respuesta que me viene a la cabeza es "por insatisfacción".
Si, es eso, pero ¿sólo eso?