viernes, 13 de junio de 2008

Algo tan impersonal

Estos dias de atrás he estado viajando bastante en metro, cosa que ha de agradarle mucho a Esperanza Aguirre y al señor Gallardón cuando se lo cuente; a una porque así amortiza los tantísimos millones que le van costando sus despliegues al extrarradio, al otro porque no sumo mi coche al ya muy sufridito tráfico madrileño.

Cada trayecto es aparentemente igual al anterior, pero no, cada trayecto es un mundo.
Como no suelo llevar libro que me entretenga ni ipod pegado al oído, distraigo mi atención observando a los viajeros que comparten vagón con una servidora. Esta mañana ha habido variedad de situaciones. Serían las 11,30 h mas o menos cuando subí en mi estación de siempre; en principio poca gente, casi todos en silencio, salvo un grupo de estudiantes muy alborotados y sentados por los suelos, en esa molesta costumbre que han tomado en los últimos tiempos, entorpeciendo el acceso a los que entraban y salían en cada parada.

A mitad de camino entró una señora en traje de chaqueta rojo, tacones altos, y unos 70 años a su espalda. Un caballero, porque era un caballero, que la vió entrar, quiso dejarle su asiento y le hizo señas repetidas veces, pero ella se hacía la loca y negaba con la cabeza sin mirarlo, en una actitud extraña, hasta que se volvió hecha un basilisco y le gritó que la dejara en paz. Los que presenciamos la escena nos quedamos estupefactos, y el buen hombre le respondió: es usted una maleducada. Ella, en cambio, continuó de cara a la pared, tal parecía que estuviera rumiando su propia mala leche.
Fuí posando la mirada aquí y allá. Frente a mí sentada, una chica muy guapa, con ese tipo de belleza que no necesita artificios, ni una sombra en los párpados, ni asomo de colorete, tampoco brillo de labios. Una tez dorada y limpia de por sí, los ojos color miel y pestañas largas. ¿ Qué mas necesitaba ? A riesgo de parecer lesbiana no podía dejar de mirarla, y envidiarla, para ser sincera. Ella íba enfrascada en sus pensamientos y no me prestaba atención, de modo que me facilitaba el escrutinio de sus rasgos y gracias mil.
Entre envidia y envidia, mis ojos, que sí necesitan adorno extra, recaían en la cantidad de extranjeros que habían ocupado el vagón, muchos de ellos con sus retoños. Qué diferentes son estos pequeñuelos de los nacionales: si uno se fija bien, casi nunca lloran, molestan muy poco a sus padres, hacen monerías a los que los miramos, pero quedamente. Igualitos que "los nuestros", siempre inconformes y enrabietados porque tienen sed, están cansados, o por lo que sea.

A mi derecha, dos chicos oyendo música a tal volumen que los demás nos íbamos enterando de sus estridencias como si compartiéramos auriculares. No fuí capaz de distinguir qué era aquéllo que sonaba; sin duda los tantanes de la selva guardan mas cadencia y ritmo.
Al lado de la belleza natural, por tanto, frente a mí, un treintañero sin otra ocupación que observarlo todo, como yo. De vez en cuando nuestros ojos se encontraban, y nos entraba una especie de rubor adolescente; más intentábamos evitarnos, más nos mirábamos, más azorados nos sentíamos, en una ecuación creciente e insoluble.
Por fin llegó mi destino: estación de Bilbao. Cuando fuí a levantarme no tuve otra ocurrencia que agarrarme, por error de similitud, a una especie de barra de cartón grisáceo que llevaba en la mano un señor situado junto a la puerta. Le metí un susto al pobre, de espaldas como estaba a mí, y yo tuve tal sensación de ridículo, que tras disculparme torpe y absurda, no nos quedó mas remedio que reirnos ambos con verdaderas ganas. Al menos me llamó bonita ( no te preocupes, bonita....) y, gracias a esa simpleza, salí tan contenta cuando se abrieran las puertas.
A la chica guapa-sin-artificios nadie le llamó bonita en todo el trayecto ¡ja!

Hay que ver - me íba diciendo mientras subía andando por las escaleras mecánicas - cuántas personas hemos convivido en ese reducido espacio y, sin embargo, no hay nada tan impersonal como un vagón de metro.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Me he sentido como si fuera en el vagón de metro, y es más, como si fueras tú. Qué disfrute de miradas con el treintañero a través de tus palabras. Qué guapo era! Bueno, así lo he visto desde mi asiento, el mismo que ocupabas en el metro.
Un beso.

enrique dijo...

Qué delicia de texto.
Salve!!

Fui muy usuario de metro en otro tiempo, línea 9, ahora soy más bien esclavo del automóvil. Pero me he reconocido en el texto, yo también solía ir mirándolo todo ya todos.
Es que a uno le gusta mucho mirar...

Javier dijo...

Leyendo este texto el metro parece una maravilla, pero cuando lo coges cada día en hora punta, el presunto paraíso es un infierno de rostros entre crispados y grises, la vida fluye por las entrañas de la tierra y sigue el ritmo de las horas recogiendo diversos reflejos.

Anónimo dijo...

Querida, ¿cómo te pueden gustar los metros? El metro es una de las cosas más estéticamente desagradables que conozco. Ni siquiera me sirve para fijarme en la gente, por el ambiente subterráneo. Lo malo es que lo cojo casi todos los días. Paseo una hora u hora y media, tomo algo solo o con algún amigo y, para no ocupar más tiempo, cojo el metro. En Valencia lo cogía tooodos los días para la Universidad. Allí, además, no está tan cuidado como aquí. En fin, que yo estoy harto del metro, que no consigo entender como una persona de tu sensibilidad se lo pasa pipa allá abajo, y que ¡eso es lo más importante! cada día escribes mejor.


Deberías escribir en largo, cuentos, o una novela, o ensayos, o poemas. Yo creo que tienes capacidad sobrada para todos los géneros. El teatro es algo ya más espinoso, con los diálogos, pero tb. te he leído muy buenos diálogos en la bitácora. ¡Te desaprovechas a ti misma!

Juan Carlos Garrido dijo...

Hay otra cosa todavía más impersonal: un ascensor de organismo oficial, centro de salud o similar.

Saludos.

ANTONIO SERRANO CUETO dijo...

Estoy de acuerdo con Sombras Chinescas en lo del ascensor. Por otra parte, el problema no es del metro: tiene mucho que ver con el carácter que modela una ciudad estresante como Madrid (o cualquier otra), que hace que la gente se comunique sólo consigo misma. La lectura en el metro de Madrid, extendidísima entre los madrileños (que, en verdad, pasan muchas horas dentro a la semana) es un ejercicio de autismo en respuesta a la agresividad de la ciudad gigante. En cambio, súbete a un tren en Andalucía o Levante, o en un autobús en Cádiz. Poca gente lee (no porque en estos lugares no se lea, huyamos de tópicos estúpidos), pero saldrás de allí con varios amigos ocasionales y a buen seguro con una síntesis de las dolencias de una anciana o con las ideas políticas de un cincuentón de regreso del tajo. No es el metro: es Madrid.

Anónimo dijo...

Querido Antonio, yo soy de Valencia, y si he de hablar de los metros de Levante no puedo darte la razón. El metro en Valencia está lleno de gritos. Cada uno, como es natural, habla con quien conoce, si conoce a alguien, pero vamos, tampoco considero el metro un lugar para hacer amigos. No se lee por la molestia. Yo muchas veces lo he intentado en el metro de Valencia y pocas veces se hace una lectura provechosa. En ese sentido, el metro de Madrid es 1000veces más civilizado, sinceramente. Al menos, aunque insisto que los metros en general son estéticamente muy desagradables, porque no suelen estar muy limpio y hay gente bastante extraña, no está lleno de tantos ruidos ni gritos. Tampoco he visto a nadie en el metro de Madrid comiendo naranjas en el metro y tirando las pieles al suelo, o haciendo lo mismo con pipas, o...mil cosas más. En fin...metros de Levante ¿qué quier que le diga?

Mery dijo...

Pues si, hay muchos lugares comunes a cada cual mas impersonal,como esos ascensores ministeriales que apunta Sombras.Todavía mas breves que un viaje en transporte público.

En mi caso, no es que me entusiasme el metro, Counter,(tampoco me disgusta). Sólo he querido trasladar aquí una de las muchas historias que ocurren en un vagón a diario, cruce de cientos de vidas esenciales para cada uno, pero batiburillo indiferente para la gran masa.
No sé si habrá mucha diferencia entre las gentes de Madrid, Barcelona, Valencia, Cádiz, Sevilla...(tengo alguna anécdota sevillana digna de contar también). Quizás la diferencia sean los ojos que miran, no lo que allí suceda.
De todos modos, si os ha agradado leer mi entrada, me siento mas que satisfecha, y honrada.
Buen domingo a todos

Anónimo dijo...

Me puedes creer que, valenciano por los cuatro costados, y residente en un pueblo valencianoparlante, hasta hace nada, no tengo ninguna susceptibilidad contra lo valenciano en general. Sólo que, en general, el metro en Valencia es así. Me gustaría que fuese de otro modo, pero no. No tengo razones para ver mejor lo madrileño.

El Deme dijo...

Mery, pillaste el metro en una hora buenísima, otra cosa sería si lo cogieras en una hora punta donde irías apretada y tragándote las toses desde al lado. Parece que has descrito una escena de cine independiente neoyorkino. De todas formas me ha recordado la cosa a la escena de "Cielo sobre Berlín" donde un ángel "escuchaba" los pensamientos de la gente...

Аmanecer dijo...

Hermoso texto!!

Me encanta tu manera de relatar!! asì como he disfrutado junto a tì, el recorrido en metro.

Ademàs me has hecho recordar a alguìen que tambièn me llama bonita:D

Gracias Mery!!

Besos y muchos`màs.