miércoles, 4 de junio de 2008
Feria de barrio
Acabo de llegar de una feria de barrio, de mi antiguo barrio, para mas señas. He estado visitando a mi madre y de regreso, me han propuesto una paradita como quien no quiere la cosa, tal que sólo por echar un vistazo.
Antes, este batiburrillo de barracas y feriantes se colocaban en una ladera en tierra de nadie. De pronto, esa tierra bastarda tuvo por novios ciertos especuladores con renombre y posibles, y fue ocupada por viviendas y jardincillos a la moda, en pleno apogeo inmobiliario de los años 90. La feria se desplazó, por fuerza, al altiplano de un parque mejor diseñado, con anfiteatro y todo, con actuaciones de la Pantoja y todo.
Poco tiene que ver con el anárquico festejo de mi adolescencia, donde la noria destartalada ha sido sustituída por una especie de jaulas que giran como las agujas de un reloj a velocidades poco recomendables. Tampoco he visto "La Ola" ni "El Gusano", bicharracos de poca monta que me descomponían el estómago igualito que la mejor de las montañas rusas.
Y de las gentes, no hablemos. Esta tarde he oído hablar con equiscientos acentos a cada padre que amonestaba a su Willifredi o a su Liliana: ándele y jale a su hermana chiquita, no mas no ve que anda achicopalada...
Mis compañeros de noria de entonces, como mucho, tenían acento andalúz, y eran los menos. Unos eran rubios, otros morenos, incluso pelirrojos. Hoy había casi unanimidad en la tez y el color de pelo.
Algo no ha variado, como debe ser, en el antes y el ahora: la alegría desbordante de las gentes; los mayores viendo el brillo en los ojos de sus pequeños, los pequeños viendo cómo los padres, por un dia, sacan los euros de sus bolsillos sin refunfuñar, y hasta comparten perritos calientes y enormes piruletas de caramelo rojo.
Todo esto pensaba al tiempo que me comía, con un hambre canina, medio bocadillo de panceta (qué fina yo) y algodón dulce rosa (qué empalago mas grande). Tampoco ha variado mucho el pelaje del tipo que atendía los pedidos: una especie de Falconetti-ex-convicto, que, a modo de lenguaje, utilizaba una amplia variedad de gruñidos mientras un palillo bailaba de un lado a otro de su boca. Cuando nos íbamos, una media hora después, he querido pasar a propósito por el chiringuito de mis entretelas : como me imaginaba, el palillo seguía en su sitio.
De algún modo, me he dicho, todo sigue en su sitio. Felizmente.
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9 comentarios:
Gracioso cuadrito costumbrista.
¿Ponen también en tu pueblo a Camela como música de fondo de los tiovivos?
Qué peculiares son las ferias: todas iguales, como los McDonals, con sus tipos extraños y circenses.
Besos.
Yo de chaval iba a la feria del barrio del pilar a tocarles el culo a las chicas aprovechando el mogollón...
Dices que todo sigue en su sitio, pero yo veo que estas Ferias en cierto sentido han perdido parte de su alma, ahora es algo más, un a mas a mas, antes centralizaban y atraían la vida y la jarana del barrio o del pueblo, yo las veo iguales pero algo más frías, más alejadas del costumbrismo cañí.
Las ferias no cambián, sólo nosotros.
Saludos.
Y el Tren Chispita, con la bruja dando escobazos...Las ferias tienen algo triste y decadente (¡esas tómbolas que rifan jamones!) pero nos acercan a la niñez perdida y son un fotomatón de nosotros mismos en un tiempo que parecía largo y ya ha volado para siempre...
Yo me embobaba siempre con los coches locos, esa ilusión de estar adelantándote al tiempo, de ser mayor, que siempre nos atosiga cuando somos pequeños. Y, a veces (sólo a veces), lo que daríamos porque ese tiempo no hubiera pasado, tan terco que es.
Si, las ferias tienen un algo de decadente; basta mirar ciertos personajes que merodean inevitablemente por ellas, así pasen cien años.
Hay quien le saca mucho partido, como Enrique ¿verdad?
El caso es que arrastrarán de por vida un pedazo de nuestra niñez y nuestros recuerdos.
Un abrazo a todos
Bueno, no es tan distinta de la que yo describía ayer. Una feria abarcable. Qué más se puede pedir.
No asocio las ferias de barrio a mi niñez, pues no me crié aquí. Será por eso que no les tengo especial apego. Lo que más me cautiva de las ferias son los coches de choque y el aroma del algodón de azúcar. Aunque he de reconocer que apenas las he frecuentado, me generan una sensación de agobio, no sé por qué.
Un beso.
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