
Me enfrento a esta página en blanco a sabiendas de que todo cuanto diga quedará escaso, falto de color, cojo de nacimiento y mudo por incapacidad creadora. ¿Cómo traspasar las sensaciones que anidan dentro para siempre con un lenguaje de signos, ya sean éstos cirílicos, cuneiformes o arábigos? No hay manera y espero que se me sepan perdonar estas limitaciones personales y ajenas a mi deseo.
Una semana en otro mundo sabe a poco. Una semana en el Próximo Oriente vuela en un suspiro y uno vuelve a la tierra natal con deseos de coger el avión que lo trajo durante cinco horas en mitad de la noche. Porque faltan horas de charla con un guía palestino que te cuenta la historia de su pueblo desde otro punto de vista. Yo nunca había tratado con un palestino; si, una de esas personas que asoman en los telediarios entre bombas y bloqueos que nadie entiende del todo. Ni son tan malos ni tan buenos como quieren hacernos creer según quién y cuándo. Son, ni mas ni menos, gente corriente que quiere a su familia, que trabaja, que estudia en la universidad o se casa con veinte años y tiene siete hijos. Gente que pasa su jornada en un puesto esmirriado de especias o alfombras en el zoco de Damasco, junto al barrio cristiano.
He viajado en medio de una tormenta de arena camino de Palmira, por la carretera que lleva a Irak. El vello se me erizaba leyendo los pocos kms que nos separaban de Bagdad, esa ciudad bellamente mítica que ahora suena a horror y polvo.
He visto de cerca unas de esas tablillas de escritura cuneiforme que estudié en la carrera. Y pensar que se conservaron para la eternidad gracias al fuego que sufrió la biblioteca que las albergaba, cociendo así el barro y haciéndolo imperecedero...
He tocado capiteles romanos y pisado monasterios del s IV, y, en la fortaleza de Crac de los Caballeros posé junto a un actor de telenovela que simulaba ser un sarraceno asediando a los cruzados. Quién sabe si dentro de sus muros de piedra aún pululaban los espíritus fatigados de los auténticos protagonistas de la Historia.
En Alepo encontré una mujer marroquí, casada con un sirio y residente en Egipto. Era una mujer simpática y culta, sin velo ni prejuicios. Únos metros mas allá, un atractivo jóven de Qatar se dejó fotografiar con su vestimenta pulcramente blanca y unos gemelos de oro que relucían al sol.
He oído hablar de chiítas, hezbollah, falta de libertad de prensa...pero también se ha hablado de un maravilloso libro titulado "La epístola del perdón". Todo cabía en este pequeño grupo que caminaba por los cuatro puntos cardinales de un país desconocido.
Traspasar las propias fronteras es lo mas enriquecedor que puede hacer el ser humano para así liberarse de ideas absurdas - y ajenas, la mayoría de las veces - . Yo sigo aún en una nube que no me deja posar los pies en la tierra. Lo haré, no obstante; ya se sabe que estas cosas llevan su tiempo, ni mas ni menos .