
Tres palabras poderosas, si escritas en oro, mejor:
Queridos Reyes Magos.
Así me gustaría volver a mis Navidades de trenzas y calcetines cortos, sentada en la mesa de la cocina mientras mi madre cocinaba lombarda y mis ojos sólo tenían fe en esa página en blanco.
El sobre llevaba un precioso dibujo de los tres Reyes multicolores con el destinatario dorado A.S.M Los Reyes Magos de Oriente y la cuartilla con un poco de purpurina pronto quedaba atiborrada de mi letra irregular. Por si acaso, no olvidarse de recordar por escrito que había sido una niña buena todo el año. Después, al ataque: un cochecito para mi muñeca, con capota azul impermeable para la lluvia. Un Hogarín ¿alguien se acuerda de lo que era aquéllo? Pues uno de los juguetes mas preciosos que se podía desear: pequeñas estancias del tamaño de una caja de zapatos que se combinaban a capricho formando un hogar; yo tuve el baño y un jardín-terraza pues no había presupuesto para la casa completa (anda ¡como ahora!).
Plastilina, pinturas de colores y nada mas. A los niños de aquel entonces ya nos habían acostumbrado a no ser pedigüeños ni acumular juguetes sin sentido.
Ahora mi carta, de escribirla, no tendría nada en común con la de la niña de las trenzas. No pediría un bolso, ni unos zapatos ni un pañuelo de Hermés. Nada que pueda comprarse con dinero pero que sí depende absolutamente de la Magia Celestial: salud, trabajo, cariño...para mí y para todos, por supuesto.
¡Tanta trascendencia y madurez me agobian y agotan!
Ahora desearía volver a esa otra época donde se daba por supuesta la seguridad de tu entorno. ¿A quién le importaba la salud? ¿Qué era eso? ¿La muerte? ¿Quién se moría? ¿Trabajo?
Si, papá íba y venía todos los días de allí.
Así que, suspiro y escribo:
Queridos Reyes Magos. Este año he sido muy buena...