El verano pasado mi amiga M.L. me sorprendió con un regalo inesperado: dos carpetas repletas de las cartas que yo le había enviado durante nuestra adolescencia, es decir, cinco años de conversaciones de ída y vuelta, pedacitos de nuestras vidas en tinta azul y papel amarillento.
Para que te rías un rato, me dijo.
Y vaya que me reí, a veces por no llorar. Para empezar me íncomodó la letruja insegura de los primeros tiempos, fea e irregular, gracias a Dios mejorada en la segunda carpeta.
Año tras año el ritual se repetía: las cartas comenzaban en septiembre, después de haber pasado todo el verano juntas compartiendo aventuras y descubrimientos de la vida misma. Ella se íba a Bilbao, yo marchaba a Madrid y en dos o tres días quedaba inaugurado el trasiego epistolar, como si fuéramos dos enamorados ausentes.
Desmenuzábamos los dias pasados como sólo las mujeres sabemos hacer, analizando cada detalle de una conversación con el chico que nos gustaba, cada gesto; sabíamos exactamente el dia y la hora en que había ocurrido tal cosa y la ropa que llevábamos puesta.
Leyendo mis cartas -acto que produce un alto grado de pudor-, me dí cuenta de que era una pelma. Lamentos y mas lamentos por la amiga lejana, por los amores dejados atrás, por las matemáticas, por la monja que ese curso me daba Historia.¡ Y yo que tenía un recuerdo alegre y risueño de mi juventud ! hay que ver. Las fotos de aquella época, no obstante, todo dientes y carcajadas, no concuerdan con esas letras, lo que me hace pensar que el sólo hecho de coger papel y pluma ya me inspiraba melancolías varias.
¿Qué otra cosa puede ser, si no?
Otro dato a analizar: nuestros amoríos. Platón se inspiró en nosotras. Nada carnal y cuando digo nada es na-da: Fulanito me miró, me dijo, yo le respondí. Bailamos agarrado en las fiestas , me puso la mano en el culo, le regañé y él se enfadó conmigo. Ave María Purísima. Comparando nuestra adolescencia con las chicas de ahora llego a la conclusión de que éramos ursulinas, y bastante idiotas. No vimos un preservativo hasta la veintena; una joven de hoy día sabe cuál es la mejor marca con sólo catorce años.
Eso sí, trasnochábamos todo lo que nos daba la gana, porque los veranos en un pueblo son aptos para ello, y los conatos de cogorzas con limonada bien cargadita nos ponía el puntillo justo para pasarlo bien sin caer en desvergüenzas.
Podría hablar largo y tendido de todo lo que encierran esas dos carpetas, pero ya se sabe que no me gustan las entradas cargadas y además me he propuesto ser discreta, incluso conmigo misma.
Si, finalmente reconoceré a M.L. que me he reído con nuestras cartas amarillas, también que me han dejado blandita y ñoña. Siempre resulta conmovedor asistir en la distancia al proyecto de mujer que éramos ambas.
14 comentarios:
Echar la vista atrás hacia la persona que fuimos nos deja siempre en un estado de blanda ñoñería. A mí, además, me produce una sensación de desconcierto, de extrañeza ... Porque esa persona que sé que era yo, la veo como un extraño; vamos que casi nunca me reconozco, no siento en las tripas la identificación íntima con ese tipo. Salvo a veces, en muy contadas ocasiones (supongo que esos momentos de sorpresiva autoidentificación son las famosas madalenas de Prouest). Un beso.
Pues el proyecto terminó bastante bien.
Hace dias, en una casa vacía y por vender, encontré yo viejas y nostálgicas cartas de adolescencia...
¡Qué impía es la letra escrita, que no se deja doblegar por el tiempo!
Prmita Ud. que me cite a mi mismo: "Los recuerdos nunca son objetivos; pueden llegar a ser fidedignos en mayor o menor grado, pero siempre están marcados por el sesgo que les imponen nuestros deseos. "
Saludos.
Deberías publicar aquí algunas de esas cartas, con las fotos de aquellos días que comentas. ¿No cuela? Me lo temía. En cualquier caso, gracias por compartir este trocito.
No sé por qué, pero yo no te veo nada ursulina...
Miroslav: ya ves que leerme a los 15 años me ha supuesto una sensación ambigua, ternura y desconcierto. Realmente a veces no me reconocía.
Enrique: ¿nos vas a contar algo de esas cartas? Anda, dí que siiii.
Sombras: me gusta que te cites a ti mismo, porque no hay nada tan personal y de eso se trata aquí.
Octavio: me has dado una idea con la primera frase de tu comentario, pero ahora me la callo. Con respecto a la última frase, efectivamente ya no soy nada ursulina, pero sigo siendo un poco idiota.
Gracias a todos.
Es un placer seguir inspirándote, querida amiga. Besos.
Uy, pues tu amiga hizo bien en guardar todas esas cartas, fíjate tú ahora el efecto que te producen. Un ole a tu amiga.
No leas esas cartas con el juicio de ahora. Si cambia el juez, todo cambia. Es como leer los versos propios años después: nunca se apecia el esfuerzo, tan sólo el resultado, generalmente insatisfactorio. Fíjate, yo escribí y recibí muchas cartas de mocito y hoy me arrepiento de no haber conservado nada de aquello. Aunque sólo sea para valorar (mejor o peor) en qué me he convertido. Besos.
¡Qué cosa más rara es ésta de no reconocerse uno mismo! A mí me pasa con los poemas de mi adolescencia: siento una mezcla de ternura y de vergüenza. Hasta pronto
Hace poco, mi madre trajo de mi paìs, mi diario, de cuando era adolecente, por cierto tambièn tenia ese color amarillento...
Y sabes? puedo decir que no he cambiado, sigo siendo, la romàntica y soñadora de siempre :D
Buen fin de semana Mery!!
Besos y muchos màs.
A veces leer lo que pensábamos hace años es más revelador que una foto o un vídeo.
Yo guardo mis diarios de mis doce, trece, catorce y quince años. Parezco ridícula y cursi, pero es que era una niña y una mirada de un chico me tenía obsesionada durante semanas. También era una pelmaza hablando del mismo tema siempre, ja, ja.
Luego tengo cartas a amigas a partir de los quince años. Muchas las he tirado por las mudanzas, pero guardo postales y las cartas de mi novio (ahora marido) cuando estaba en la mili.
Ahora, con las nuevas tecnologías, es una pena que las chicas de hoy no puedan releer años después su correspondencia.
Esta entrada me ha conmovido.
Un beso.
Y seguro que también has sentido un poco de ternura .
No me había percatado de que tú fuiste primera a la hora de sacar a colación las cartas adolescentes. Muy interesante eso de poder vernos a nosotros mismos desde fuera, lo que fuimos en cierto momento. El rubor, cuando se trata de ver lo que fuimos, es invitable. También me llama la atención que en tu caso y en el mío nos dedicábamos al lamento con cierta impostura, pues al fin y al cabo, y pasado el tiempo, no tenemos un recuerdo infeliz de aquella época, sino más bien todo lo contrario. En mi caso, aún hay por ahí muchísima más tralla en una serie de cartas que envié a cierto amor platónico. Quién sabe si algún día podré volver a ver esas cartas. La cara que se me puede quedar. Se echa de menos que transcribieses algún parrafito intenso de las tuyas, podría ser muy ilustrativo. Un besiño.
Agurdión: es por esto que al leer tu entrada pensé que andábamos por los mismo lares ambos. En efecto, coincidimos en esa percepcion lejana de ser otro el que escribía aquellas palabras.
Tendremos que retomar el tema en un futuro, digo yo ¿no?
Un abrazo y garcias
Publicar un comentario