De un tiempo a esta parte no encuentro palabras con que llenarme la boca ni este espacio del blog, por eso he pensado dejar alguna imagen de las muchas que miro y remiro estos últimos días.
A la izquierda, un niño de unos 5-6 años en las ruínas de Palmira, Siria. Vendía postales junto a un primito algo mayor que él. Cuando intentamos darle unas monedas sin comprarle nada, sus ojos se llenaron de una extraña dignidad, impropia de una criatura de su edad.
A la derecha, bailarina árabe en Damasco.
6 comentarios:
Dos imágenes y dos párrafos, suficientes ambos.
La imagen del niño y tu reflexión son preciosas. Tú viste esa dignidad porque le miraste a los ojos. Yo veo un niño como el mío y te imagino a ti mirándole.
Cómo se parecen los críos...
Enrique, siempre tan amable, con parquedad o sin ella.
Un beso
Olga, cuando viajo me gusta mucho fotografiar a los niños y resulta que me ocurre como a tí: a todos les encuentro parecido. Es increíble de qué manera la niñez asoma y sorprende en un par de pupilas, aquí o en Sebastopol.
Un beso
Dignidad antigua de pueblos orgullosos...
Preciosa foto.
Besos.
A veces una imagen llega a hacernos comprender mejor la realidad que mil palabras. Al menos si se sabe mirar, que desde luego no es lo mismo que ver.
Alegre opinador: me gusta mucho fotografiar niños. Así me traigo la cultura a la que pertenecen,
en estado puro.
Gracias y un abrazo
Pe-Jota: afinas con mucha precisión, porque no, no es lo mismo saber mirar que ver.
Un abrazo
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