miércoles, 11 de mayo de 2011

Biografías-Gertrude Bell

Definitivamente la biografía es uno de mis géneros preferidos. Pero ha de ser pura, sin almíbares novelados.
Acabo de terminar una extensa de Gertrude Bell, apodada " la reina del desierto", artífice de las fronteras modernas de los territorios árabes y, según algunos, la materia gris indispensable y mano directora de T.H. Lawrence (de Arabia.)


La señorita Bell fue educada al modo victoriano estricto, tal como se esperaba de una dama de su rango y tradición familiar. Pero ella le añadió una sed infinita de saber, de probar sus fuerzas tanto físicas como intelectuales. Se proponía con igual ahínco escalar picos imposibles en Suíza como estudiar turco y árabe. No se le resistieron la Arqueología, el Arte y la Política Exterior que le sirvió para engrandecer su adorado Imperio Británico. Hasta el fin de su vida, cuando sus fuerzas flaqueaban, recordaba la frase de su padre "los obstáculos están para ser salvados" y con mucha diplomacia aprendida se desenvolvía como pez en el agua entre tribus rivales del desierto, tomaba té con jefes drusos y turcos, aunque entre ambos pueblos sobrevolara el enfrentamiento de alemanes y británicos propios de la etapa de entre-guerras.

Recorrió Mesopotamia de arriba abajo; trazó mapas, descubrió ruínas de las que sacó planos exactos y redactó informes exhaustivos que dirigía una y otra vez a los poderes militares y políticos. Sus crónicas se publicaban y leían en Londres con avidez y en todas partes se hablaba de esa avezada señorita que guiaba con mano firme cuanto se cocía en aquella parte del Imperio. Los árabes la llamaban Al Jatun (la Señora de la Corte). Para sus compatriotas era Secretaria para Oriente, el puesto clave del Servicio de Inteligencia.

Participó en la Conferencia de El Cairo en marzo de 1920 durante una quincena agotadora pero satisfactoria; se me pone el vello de punta imaginándola a ella sóla entre unas docenas de hombres definiendo el destino inmediato de los árabes. El conocimiento de Mesopotamia le hizo creer firmemente en un Irak gobernado por un rey árabe (Faisal) bajo el mandato británico y así lo defendió incansable junto con T.E. Lawrence, aunque en un principio no lo contemplara así y estuvieran enfrentados - en una de esas largas jornadas llegó a llamarle, airada, "pequeño diablillo".
Como era de talante obstinado y perspicaz y se la consideraba la mayor experta en asuntos de Oriente, no siempre caía en gracia en una sociedad predominantemente masculina; muchos la consideraban una intrusa impertinente y vanidosa. Huelga decir que sólo recelaban de ella esos personajes intermedios de intelecto mediocre que no podían soportar quedar en la sombra por una mujer. Es significativo que se cruzaran informes secretos entre ellos al respecto y que en alguna ocasión alguien telegrafiara lo siguiente: "conviene tener en cuenta a esta mujer: creánme, tiene el cerebro de un hombre".
En cambio su jefe superior en Bagdad durante siete años, Sir Percy Cox, hombre sagaz e inteligentísimo, hizo de ella una fiel compañera y consejera durante esos momentos delicados en extremo, hasta su retiro definitivo y ya instaurada la monarquía en Irak.

Pese a los nacionalismos radicales que ya entonces entorpecían una verdadera unión árabe en esas fronteras recién nacidas, sólo con su esfuerzo se pudo conseguir que Faisal fuera coronado en Bagdad en agosto de 1921. Su trabajo le costó, pues llevaba años escudriñando cada metro cuadrado de ese vasto territorio y trazando líneas entre países que jamás antes existieron. En 1918 escribía a Hugh Bell, su padre: "a veces me siento como el Creador a mediados de semana. Sin duda se preguntaba cómo deberían ser las cosas, igual que hago yo".

Una vez consolidada la nación, su figura como consejera política fue perdiendo fuerza y pasó a dirigir el Museo de Bagdad, que ella misma había creado. Pero sus nervios perfilados con la intensa actividad política no podían acostumbrarse a trabajar a tiempo parcial en la Arqueología, pues llevaba años compaginando ambas facetas que no le dejaban casi horas de descanso. Las tardes tediosas e inactivas la sumían en una nube depresiva. Tampoco podía imaginarse volver a Inglaterra definitivamente, pues su alma, todo su ser, pertenecía ya por entero a Irak.
Todo ello, mas una pasión no correspondida hacia su valioso colega en Bagdad, Kinahan Cornwallis, marcó su final y tres días antes de cumplir cincuenta y ocho años, una sobredosis de píldoras para dormir acabó con su vida.

Hace un siglo que ocurrieron todos estos acontecimientos y en la actualidad, "en el sótano del Museo de Irak, en un estante olvidado, un busto de bronce de la señorita Gretrude Bell espera que alguien le limpie el polvo"


9 comentarios:

José Miguel Ridao dijo...

No tenía ni idea de que esta mujer había hecho tantísimas cosas. El género biográfico no cuenta en España con demasiados lectores, pero parece ser que en Inglaterra devoran las biografías, y hay biógrafos excepcionales.

Muy interesante todo, sí señora.

Javier dijo...

Siempre he tenido que la impresión de que existieron dos Inglaterras Victorianas, una estricta, puritana y relamida hasta el exceso y otra intrépida, alocada con ansias de saber y conocer, creo que eso es lo que nos fascina de ese mundo, su tremenda dualidad.

Mery dijo...

José Miguel: vas a tener razón en que las biografías no cuentan con demasiados adeptos. A mi me resultan de lo mas interesante, porque se aprende para lo bueno y para lo malo.
Un beso, algo tardío.

Pe-Jota: lo curioso es que se solían dar las dos vertientes en algunos personajes. La señorita Bell es un claro ejemplo de ello.

Besos nocturnos, como siempre

Rafael Hidalgo dijo...

Tampoco yo la conocía. Por lo que cuentas, tenía que tener un carácter muy fuerte, para hacerse valer de tal manera en aquella sociedad.

Muy interesante de verdad.

Mery dijo...

Si, Rafael, desde niña Gertrude Bell apuntaba maneras. Además de su brillante paso por la Universidad de Oxford, aprendió turco, árabe, alemán y francés, así, como quien no quiere la cosa.

Muchos hombres la veían arrogante y vanidosa, que quizás tuviera ese punto, pero resultaba insoportable en esos años en que las mujeres jamás les hacían sombra.

Un abrazo

enrique dijo...

Suscribo tu primera frase por completo.
Nada mejor que la realidad o cómo la cuentan...

Mery dijo...

Eso es Enrique, la realidad, y de ahí ya la adecuaremos cada uno a nuestra manera.
Un beso y felíz semana

Madame X dijo...

Sin duda una mujer fascinante y valiente. Una vez más constatamos cómo se ha silenciado la aportación femenina en la historia.

También hay que decir que sus trazados en los mapas hicieron un flaco favor a los árabes, pero al fin ella era fiel a su Imperio Británico, que debería tenerla en la gloria.

Me encantan tus apuntes biográficos. Tomo buena nota de la obra.

Mery dijo...

Madame: ella no llegó a ver que el reinado de Faisal duró tan sólo 17 años, y muy convulsos, por cierto. Con todo el esfuerzo que hizo para que las tribus árabes se sintieran unidas en su territorio.
Tanto esfuerzo para que al final casi nadie estuviera conforme ni contento con el resultado...