Voy haciendo recuento y memoria de mi historia con Arturo y no puedo apartar de mí esta melancolía que me acompaña a perpetuidad. A veces tengo ganas de llorar, si , pero también siento una especie de tibia alegría viendo pasar ante mí las imágenes de nuestra vida juntos (si a vida juntos se le puede llamar unas docenas de horas robadas de aquí y de allá).
Una de ellas es el momento en que ambos traspasamos el umbral de mi casa y dimos rienda suelta a lo que llevábamos deseando casi desde el primer momento. A raíz de la mañana lluviosa en que entré en su despacho y quedé fascinada por su personalidad, mantuvimos encuentros profesionales frecuentes, incluso de dos dias por semana, con comida, sin comida, y con café vespertino; ajustábamos nuestras agendas - la suya electrónica, la mia de papel - haciendo malabares hasta lograr encontrarnos lo mas a menudo posible, siempre bajo el pretexto del trabajo, por supuesto. No recuerdo haberme involucrado nunca con la fiebre que mostré en aquellas fechas, ni haber tenido la lucidez mental que surgía de mí como por ensalmo, de tal modo que mi jefe observaba perplejo la evolución de mi entusiasmo y mis horas extras dedicadas al caso sin rechistar.
En la segunda comida ya estuve segura de la atracción que Arturo sentía por mí, pues la había precedido una serie de llamadas rocambolesacas para inducirme a aceptar una cita sin otro motivo mas que vernos, hasta que me soltó uno de sus habituales "joder, Sandrita, a ver si hoy es que SI " y yo le solté una carcajada y dije que si, porque me moría de ganas. Total, que consultando el diario que comencé a escribir por esa época, el primer beso nos lo dimos en la sexta reunión y en su despacho, para mas señas, estando yo medio sentada sobre la mesa en un minuto de descanso que nos habíamos tomado para estirar las piernas y fumarse un cigarro. Poco me pilló de sorpresa aquel acercamiento pues durante toda la tarde Arturo no alejaba sus manos mas de 10 cms de las mías, o de mi cintura, o de mi espalda, y en uno de los silencios azorados que nos imponían nuestros nervios, se detuvo ante mí , me cogió la cara y me plantó un beso de vértigo, primero precipitado, luego pausado y denso. Mi boca no opuso resistencia alguna, al contrario, lo recibió como un hogar largo tiempo deshabitado recibe a su dueño. De cuando en cuando nos apartábamos para observarnos con calidez, y, sin mediar palabra, volvíamos a unir nuestros labios que se buscaban con impaciencia. ....
Me llevó a casa en su coche, muy callado y serio al volante, alborotado mi corazón a su lado; al llegar me preguntó si me esperaba alguien - no, no, contesté yo, ¿aparco entonces? Si, si quieres tomar algo, sube - y claro que quiso. Era un jueves de primavera, templado, de anochecer repentino y de silencios extraños, o al menos esa impresión tenía yo. Subimos mudos en el ascensor, mirándonos y sonriendo levemente, como si de pronto sintiéramos vergüenza de lo que sabíamos íba a suceder. Nada mas cerrar la puerta tras nosotros, cuando yo alzaba mi mano para dar al interruptor, Arturo la cogió al vuelo enlazándome con mucha destreza por la cintura y volvimos a besarnos con una lentitud casi pactada......sin prisas, con el deleite que ambos deseábamos. Pasito a pasito, sin soltarnos, llegamos al salón y continuamos en esos dilatados juegos de lenguas y manos, apoyándonos en una pared, en el respaldo del sofá, finalmente en el ventanal que abría sus ojos al parque y a nuestra pasión. En la penumbra sólo nos bañaba la incierta luz anaranjada de la calle y queriéndonos arropar unicamente con su calor, nos fuimos despojando de chaquetas, corbata, pañuelo, camisas....
Yo no me podía creer lo que estaba sucediendo en mi propia casa, con un hombre que no era James, mi novio americano, y con esa convicción tan profunda de que era él a quien yo estaba esperando en mi vida, con su cara, su cuerpo, sus manos, su olor, su sabor. Su todo. Todo él me venía bien, su boca era un imán para la mia y cada poro de nuestra piel parecía tener su correspondiente en el otro. Sus manos se adaptaban con precisión, cóncavas o convexas, a cada hueco o prominencia de mi cuerpo mientras me susurraba al oído "Sandra, mi niña". Y yo me sentía caer en un abismo sin retorno.
Hicimos el amor sobre la alfombra del salón, sin molestarnos en buscar mi cama, pues los pocos metros que nos separaban de ella se nos antojaba una eternidad. Recordando esa primera vez me invade el mismo escalofrío que sentía cuando recorría mi espalda con sus dedos, en círculos diminutos, ejerciendo una presión suave e intermitente hasta llegar al cuello. Sus caricias tenían la ternura y la pasión justa que requerían mis ansias. Supe que lo añoraría en cuanto abandonara mi casa y deshabitara mi cuerpo, un cuerpo que ya no quería vivir alejado del suyo.
Continuamos aún mucho rato tendidos en el suelo, apoyados en las almohadas del sofá y haciendo manitas como niños que no hubieran conocido el amor; ciertamente se nos quedaba pequeño el tiempo que habíamos estado abrazados. Me hablaba con cariño, sencillamente, sin reservas, enlazando sus dedos con los míos en un jugueteo inconsciente; algo en su tono cálido creaba un aroma de serenidad y de paz que nunca había notado con mis anteriores parejas....me hizo ser feliz, feliz, feliz.
Cerca de las 11 le dije que debía irse, pues había oído sonar su móvil y el mío un par de veces sin que le hiciéramos el mínimo caso. No quiero irme, repetía, no quiero, joder, y me besaba, y yo le besaba y le decía que debía irse.
Y se fué. Cuando le acompañé a la puerta no encontraba palabras para el adios, así que me apreté contra su pecho para que su olor me acompañara en mi noche solitaria; él me besó el pelo, me miró a los ojos y me dijo: mañana te llamo, mi amor.
11 comentarios:
¡Por fin!
Desde luego, querida, tienes un talento especial para narrar, en general, cualquier situación y, en particular, momentos tan delicados.
Has conseguido envolverme totalmente con la magia de tu pluma. Precioso este pasaje.
[Estoy loca por conocer la versión de Arthur.]
Que tengas un bonito sábado.
X
En la alfombra, qué incómodo :-) Yo soy un clásico de la cama, pero, en fin, no le hago ascos a cualquier otro lugar, hasta ahí podíamos llegar...
Muy bien contado, Mery, lo cual no es ninguna novedad.
muy calentito tu post......
De todo se aprende...
¡¡¡¡OLE!!!!, di que si en la alfombra , en la mesa, ya tocaba, jajajaja
Cómo duele oir el despertador. Imagínate que nunca ninguno de los dos adoptase esa voz de la conciencia: "no quiero que te vayas, pero debes hacerlo". Sería increíble... Pero la pasión tiene sus tiempos. Tarde o temprano, uno de los dos tira el ancla por la borda y le dice al otro: "hay que volver a la tierra".
Tienes una manera muy especial de escribir, y hacernos adentrar en tus historias.
Besos y muchos màs.
Muy bien contado. Así son esos momentos primeros, cuando uno/a siente que puede abandonarse a la felicidad. Y también cuando la misma felicidad (o es algún pepito grillo que llevamos inserto de fábrica?) te declara su fugacidad ("supe que lo añoraría en cuanto abandonara mi casa"). En fin, estamos hechos de tiempo. Un beso
Os agradezco a todos vuestras palabras; ya sé que algunos estaban deseando el encuentro carnal esta pareja.....qué pillines.
Un abrazo.
un relato que atrapa y humedece el pensamiento (sólo el pensamiento?) con imagenes que hacen visualizar rápidamente la belleza de su contenido.
felicidades!!!!
Gracias, Javier, me he dado una vuelta por tu blog y te voy a leer con frecuencia. Un abrazo y vuelve cuando quieras.
Llego a medias de esta historia pero he de reconocer, que la escena es esmeradamente independiente y completa. Puedo decir que aun siendo un hombre, he alcanzado a mirar a través de los ojos de Sandra, he visto lo que ella miraba y tal vez lo que sentía. Eso tiene su mérito: lograr que el lector consiga tener en sus manos la personalidad del personaje.
No me queda más que darte mi enhorabuena, por la historia y por el lugar donde se proyecta; un blog bien planteado lleno de letras, estupendo.
Un saludo,
Eduardo Flores.
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