
No sé qué tengo yo con los Domingos de Ramos, que no hay año en que no me suceda alguna cosa rara. Parto de la base de que este día me gusta muy por encima de las demás fiestas religiosas y no me equivoco cuando digo que voy a misa con los pies alados y ligeros, como Aquiles, y el corazón cantando alegre y bailarín.
El domingo pasado, en mitad de la celebración, se oyó un revuelo de voces que querían ser discretas, pero que denotaban alarma y preocupación. La iglesia estaba llena de gente mayor (pocos jóvenes en estos tiempos de cólera, qué le vamos a hacer). El cura siguió a su ritmo como si no hubiera oído nada y así llegué a creerlo, dada su avanzada edad a la que yo presupuse una sordera incipiente. Los feligreses guardamos silencio con los ramos de olivo enhiestos como lanzas nuevas.
Cinco minutos mas tarde se abre la puerta y aparece una pareja del Samur, con sus chalecos de color vivo, el fonendo al cuello, y una premura en el andar extraña en ese recogimiento. Alguien los guía hacia un banco y comienzan las maniobras propias de resucitación, la gente inquieta, pero silenciosa, y yo, al fondo, sin saber qué estaba ocurriendo entre la vida y la muerte.
No podía dar crédito a aquella escena : el cura NO paraba la misa ni un segundo, no se inmutaba, no dudaba en su quehacer, como si ese cuarto de hora que quedaba por delante tuviera la misma importancia del armisticio en la Segunda Guerra Mundial.
Me indignaba esa falta de humanidad en un representante de la Iglesia. Nadie de los que estábamos allí sabíamos si el hombre tumbado en el banco estaba muerto, si aún luchaba por aferrarse a nosotros, no sabíamos nada...y yo tenía ganas de gritar hacia el altar: ¡paren ahora mismo, carajo. Esto es mucho mas importante!
Cuando mas tarde comenté lo ocurrido con gente conocida me comentaron que en otras situaciones parecidas, otros sacerdotes actuaron de igual manera. Y yo me pregunto ¿ de dónde se ha sacado la Iglesia que este rito divino es, a los ojos de Dios, infinitamente mas importante que la ayuda a un necesitado?
Entre las palmas y los ramos imaginaba a aquel Jesús, XXI siglos atrás: no, él no hubiera actuado así. No, a él no le hubieran gustado unas cuantas actitudes de esta Iglesia ( creo yo, yo que creo en Él).