El jueves 16 de abril asistí nuevamente al Audiorio de Música para escuchar con cien oídos a la Orquesta de Cámara de la Radio de Baviera ( quince cuerdas) y como invitada solista, la pianista francesa Hélène Grimaud. El programa era casi un milagro:
Tercer Concierto de Brandenburgo, de Bach - Serenata para cuerdas en Mi Mayor, de Dvorák - El mensajero y Dos diálogos con epílogo, de Valentín Silvestrov (este último un desconocido para mí, y desde el jueves, todo un descubrimiento).
Antes de entrar ya nos sorprendió la presencia de coches aparcados en la explanada de entrada al Auditorio y una pareja de guardaespaldas. El motivo era la asistencia de la infanta Margarita, hermana del rey, a la que tuvimos después sentada cuatro filas detrás nuestra. Valga este apunte como dato anecdótico, pues lo que quiero contar hoy es la excelsitud del concierto en sí mismo. La orquesta de Baviera (una escisión de la Sinfónica de la misma ciudad) me pareció pulcra y apasionada en su interpretación, si a ambos calificativos se les permite casar con honestidad. Una orquesta sin director por decisión propia, bajo la tutela discreta del concertino. No hay que perderla de vista en lo sucesivo.
Bach y Dvorák, inmensos.
Silvestrov, mi nuevo descubrimiento, delicado y exquisito. El acierto de la orquesta fué, a mi entender, los arreglos para cuerda en estas obras concebidas sólo para piano. Hélène Grimaud era arropada continuamente por las violas, cellos y violines, en unas melodías que recordaban un no sé qué de otras épocas. Hacía mucho tiempo que no me conmovía durante dos horas completas y de tal manera, hasta las lágrimas, que no podía contener y que me hacían sentir ridícula, allí, en primera fila, a los ojos directos de los quince bávaros.
Para detener mis ríos desbocados, fijaba la vista en los calcetines demasiado cortos del primer cello, que dejaban ver una piel blanca, de raza aria pura, y ese desliz absurdo me hacía sonreir y quitar drama al asunto. Truquillos de aficionada.
18 comentarios:
La mùsica, desata sentimientos, incontrolables, por fortuna, tu econtrastes un pequeño truco, para detener esos rìos desbocados.
Buen fin de semana Mery!
Besos y muchos màs.
Comparto tu sensibilidad.
A mí me pasa también eso de soltar lagrimillas de emoción en el teatro.
Para eso merece la pena.
En la oscuridad es mejor no tener truquillos y disfrutar del momento.
Besos.
Amanecer, Parsmonia: con frecuencia las emociones no se pueden contener y las que somos de lágrima fácil bien lo sabemos. A mí es algo que me resulta molesto, según en qué situación me pille. Durante el concierto, en primera fila y con los músicos mirando de hito en hito, me daba mucho apuro.
En fin, el acto resultó una maravilla de los pies a la cabeza y eso es lo que cuenta.
Un beso a las dos.
Mery, me pones los dientes largos. Yo aquí con cuatro mocosos y sin poder ir ni a la esquina. Oye, genial ese Silvestrov, sólo con leer su nombre en el programa de mano ya empezarías a llorar, ¿no? Yo es que lo leo y me parto, y ni mirando la pantorrilla de diez violas se me pasa.
Vaya concierto maravilloso por lo que dices, es lógica tu emoción aunque a mi no se me hubieses ocurrido ese truco, muy bueno. Besos. Olalla.
Envidia, total Mery.
Y tú hablabas de Sevilla.
Esas cosas no vienen a Sevilla, te envidio.
Pero como dice Aurora, sanamente, claro.
Un fuerte abrazo.
José Miguel: mira que eres malo. El nombrecito se las trae sin duda, de hecho al leer el programa pensé: ya estamos con los compositores contemporáneos y petardos. Y al oirlo ¡menuda sorpresa! La pantorrilla del cello tenía su gracia, te lo aseguro.
Un beso ¿cómo va la nueva criaturita?
Olalla: ante el apremio, se te ocurre cualquier cosa, te lo puedo asegurar. Un beso y hasta pronto.
Javier: que no, que no, que no hay envidia sana. Es siempre cochina, jajaja. Ese término siempre me ha hecho mucha gracia. Un beso y buenas noches
No va mal, Mery, de hecho estoy la mar de entretenido. Fíjate que te comento después de asistir a uno de los conciertos que tiene a bien regalarme con bastante frecuencia. Te doy envidia, ¿eh? Tengo mi Silvestrov particular, a ver si lo domestico...
Qué gozada, Mery. Tu emoción me ha conmovido por que, de haber estado a tu lado, habríamos compartido pañuelo.
Silvestrov lo descubro a través de ti. Gracias. [He intentado escucharlo en YouTube para hacerme una idea y -¡leñes!- se me ha desconfigurado el sonido y no consigo oír niente. Lo seguiré intentando y te diré.]
Me ha hecho mucha gracia tu truco. Tomo buena nota.
Que pases un bonito domingo. Besos.
Envidia sana, me encanta ver que la gente sabe alimentar su alma y su espíritu tan magistralmente.
Muy bien, José Miguel, aún estás a tiempo de domesticar a la fierecilla, incluída su voz para el bell canto. Un beso
Madame:yo también ando buscando obras de Silvestrov y por ahora me son infructuosas. Snif, saquemos el pañuelo. Cuando vengas por aquí nos vamos a un concierto juntas.
Un besazo
Pe-Jota:la envidia no es sana...es cochina, siempre, jajaja.Y anda que te quedas tu corto alimentando tu espíritu, lo debes tener gordíiiisimo. Un beso
Ratifico a Mery: la envidia no puede ser sana. Si lo fuese, se convertiría en admiración o en otra cosa, pero no envidia.
Admito que me corroe la más mezquina: desde hace años, solo asisto a espectáculos infantiles.
Saludos.
Juan Carlos: espero que te llegue el momento de acudi, con los infantes de ahora, a espectáculos para maduros. Entonces lo vivirás con muchísima emoción.
Un beso
José Ignacio: no creas que tengo ninguna cultura musical, en absoluto,sólo me voy aficionando cada vez mas a este arte maravilloso. La escena de Pretty Woman la recuerdo muy bien y es muy ilustrativa de lo que hablamos.
Un beso
Voy ahora mismo a buscar algo de Silvestrov, compositor que desconozco totalmente. Seguro que gracias a tu recomendación me aficiono a él. Por cierto en las orquestas deberían exigir, como a los costaleros de la Semana Santa uniformidad en las pantorrillas, jejejeje.
MABS: lo que voy encontrando de Silvestrov es sólo de piano, y creo que merece la pena oirlo con arreglos de piano y cuerdas. Te contaré si aparrece algo interesante.
En cuanto a las pantorrillas, casi prefiero diversidad, así, en caso de apuro, echo mano de ellas para pasar el trago. Jajaja.
Un abrazo
Disfrutar de la música y, sentirla muy dentro de ti, es un arte sólo al alcance de unos pocos. Esa sensibilidad para que te lleguen sonidos de piano y violines como si fueran caricias en tu piel, habla mucho de tu alma, así que cuídala y disfrútala. Esto si que es una experiencia y te damos gracias por compartirla.
A mí también me corroe la envidia como a Juan Carlos: desde hace 20 años, no voy, sino que hago diariamente espectáculos infantiles.
Saludos, Mery
Deme: la gracia de la vida reside en compartir las lindezas con la gente que merece la pena y vosotros me la merecéis, y mucho. Gracias por tus palabras, de verdad. Un beso
Julio: los espectáculos infantiles tampoco son nada desdeñables. Ahora bien, en cuanto puedas intercalarlos con otros, a por ello de cabeza.
Gracias por tu visita. Un abrazo
Publicar un comentario