
Entró en mi despacho como un pajarito desvalido, aunque su mirada intentara mostrar una mujer segura y firme. Su paso era dubitativo y sus hombros caían ligeramente hacia delante cuando estrechó mi mano. Yo, que he pasado por varios cursos de liderazgo y superación personal, sé muy bien de lo que hablo, y a ella la calé de inmediato. Una vez que clasifiqué su prototipo (me jode hacerlo con todas las personas que conozco, pero estoy deformado en lo personal por culpa de lo profesional), pasé a pormenorizar su aspecto con rápidas miradas que ella no apreció. Rubia teñida, imagino, eso me daba igual, de melena larga, que intentaba ahuecar en ademán muy femenino, pues venía chorreandito la pobre con el dia de demonios que hacía afuera. Los ojos color miel de mirada lánguida - eso me pone en las mujeres , las imagino gatitas melosas y deseosas de acurrucarse entre tus brazos -. Sandra tiene la sonrisa fácil, siempre, incluso cuando se enfada, eso me encanta de ella. Es un ángel. Lo intuí el primer dia y jamás dejé de pensarlo. Su boca grande, grande, grande - también eso me pone -. Llevaba los labios recién pintados de marrón, a juego con su jersey; se los debió retocar mientras la arpía de mi secretaria se hacía la interesante anunciándome su llegada. Las manos bien cuidadas, pequeñas, muy vivarachas. De su cuerpo nada que objetar. Ya intuí unos pechos medianos bajo su cuello espigado, y no me equivoqué, pocas veces algo se me escapa en cuanto a pechos se refiere. Es de las que no le hace falta usar wonder bra, o como se diga, ni relleno de copas, o como se diga. Lo que tiene está bien puesto y punto. Durante el tiempo que estuvimos juntos, unos 3 años, la oí quejarse alguna vez de sus kilitos de mas, ya se sabe, lo que todas las mujeres. Joder, con lo que nos gusta a nosotros ese culo redondito y esas piernas carnosillas, y no esos palitroques de modelos que no gustan a nadie, salvo a ellas. Para mi que están locas de atar, qué obsesiones. Bueno, Sandra no es así, al menos no lo es mucho, a ella le dá un poco igual todo el tema de la figura y demás. Sólo le preocupaba estar guapa para mí, saberse deseada y querida, y desde luego que la he querido y la he deseado, como a ninguna.
La mañana que nos conocimos yo estaba de mal humor porque en casa todo eran preocupaciones, por mi mujer y por mis hijas, y habíamos tenido una pelotera de la leche mientras desayunábamos en la cocina. Sandra me devolvió la sonrisa y la confianza en el mundo femenino, tan deteriorado para mí en esos dias. Fué tan afable, tan fresca y natural, sus ojos eran tan limpios incluso cuando leía un documento (momento que yo aprovechaba para observarla mejor) y su boca ya he dicho que me ponía. Con un lapiz subrayaba no sé muy bien qué, y luego se lo metía entre sus pequeños dientes, y mi mente empezaba a fantasear. La noté nerviosa casi todo el tiempo, quizá porque el tema que tratábamos tenía que ver con su jefe o porque le quedaba grande todo aquéllo. Como soy un poco vanidoso también quise creer que era por mi abrumadora presencia, pero realmente ella no me dió motivos para afirmarlo, y no me atreví a invitarla a comer cuando se despidió de mí con un simple "hasta pronto".
Estuve pensando en ella todos los dias que siguieron, me la imaginaba de todas las maneras posibles, en su trabajo, en su casa, andando por la calle y moviendo ese precioso trasero........Si, joder, también la imaginé en mi cama, o en la suya, en una cama cualquiera. ¿Cómo serían esos ojos melosos ardiendo de pasión? ¿Y esa boca sin carmines, desgastada bajo mis besos?
Aunque no tenía nada que ofrecerle aún por nuestro trabajo pendiente, una semana mas tarde la llamé a su móvil, que había camuflado en mi Blackberry con el nombre de Sanz 2 (Sanz es un compañero del despacho. Por si a mi mujer le daba por espiar, cuidadito). Era ya tarde, sobre las 11 de la noche y yo estaba en Londres, aburrido de mis papeles y mis pensamientos. Sandra estaba en casa, y yo la suponía dulce y sexy con su ropa de dormir, o mejor sin ella, qué coño, seamos sinceros. Al oir su voz sorprendida sentí como un respingo en el estómago. Yo mismo empecé a tartamudear, porque en mi precipitación no había previsto una excusa viable para esas horas intempestivas. En seguida empezamos a reir y la conversación tan fluída y alegre nos tuvo embobados casi una hora; hablamos de Londres, de Madrid, del libro que estaba leyendo cuando la interrumpí. Recuerdo que ella comentó lo cara que me saldría la llamada y me preguntó si usaba el móvil de la empresa; le contesté "no, es mi teléfono y me dá igual". Y ella soltó un "uff, menos mal" ¿menos mal qué? Nada, cosas mias. No, dime qué es ese menos mal. No. Si. No. Si. Bueno, es que no soporto a los tios que gastan a espuertas cuando paga la empresa y con su dinero son tacaños de narices, y menos si ganan una pasta. Joder, Sandrita, vivan tus huevos. Siempre me extrañó el grado de confianza y complicidad que entablamos Sandra y yo desde el primer momento. Una hora de palique y ya podíamos soltarnos palabras malsonantes sin falsos rubores. Tenía la sensación de conocerla de toda la vida y a ella le ocurría igual, según fuimos confesándonos en encuentros posteriores.
Después de colgar me quedé un buen rato tirado en la butaca y mirando el teléfono como un gili. Caí en la cuenta de que me dolía un poco el estómago.....pero no, no me dolía, es que lo tenía estrujado como un adolescente recién enamorado. Vamos, Arturo, no me jodas ahora, me dije. Pues si, por ese estrujamiento fuí consciente de que la rubita me estaba interesando mucho mas de lo que suponía y el calentón inicial de imaginarla casi desnuda había sido sustituído por una dolencia estomacal de difícil tratamiento.
Volví de Londres un dia antes de lo previsto, no ansioso de ver a mi familia, claro está; ahora ya sabéis por qué.